Los gritos son una de las expresiones humanas más elocuentes. Negativamente se grita de miedo, de dolor, de llanto o angustia; por otro lado, se grita de emoción, de alegría o de júbilo. Resulta que la Semana Mayor se abre con la referencia a los gritos de regocijo y alabanza que proferían los que celebraban la entrada de Jesús en Jerusalén y que se lee en el trozo evangélico que acompaña el rito de la bendición de los ramos (Mc 11, 1-10).
También la liturgia de la palabra, acaso con un tono menos festivo y más desgarrador, va construyendo un dramatismo intenso que no se ve exento de profundos gemidos. Luctuosos en demasía son los versos del profeta Isaías (Is 50, 4-7). Consecuencia lógica a los golpes en las mejillas o espalda, pudieron ser gritos de sufrimiento que, en el texto, quedan neutralizados por la confianza plena que tiene ese varón de dolores en que no será defraudado. La antífona del salmo responsorial (Sal 21) no se concibe sino como un quejido lastimoso donde asombrosamente las burlas, las muecas y las insinuaciones sarcásticas, se transforman en júbilo en medio de la asamblea y en invitación a la alabanza y la glorificación.
La misma dinámica, me parece encontrar en los versos de la segunda lectura (Flp 2, 6-11): anonadamiento doloroso, obediencia hasta la muerte de cruz y gritos de alabanza en favor de aquél que Dios mismo exaltó y que toda lengua proclamará -a voz en grito- como Señor.
La narración de la pasión y muerte del evangelista Marcos presentada para este ciclo litúrgico (Mc 14, 1 – 15, 47), no está exenta de gritos de uno y otro extremo. Hay contraposiciones maravillosas que van circundando todo el acontecimiento. Es un alarido de bondad la acción de la mujer en casa de Simón y se opone totalmente a la elocuente maldad de Judas el traidor. La celebración de la cena pascual no debería ser un contexto apropiado para el anuncio de la traición y, sin embargo, así sucede. La oración profunda y temerosa de Jesús en Getsemaní se opone a las maledicencias, juramentos y voces de Pedro al negar al Maestro. Los golpes cargados de cinismo que recibe frente al Sumo Sacerdote (autoridad religiosa) se oponen diametralmente al silencio hierático que ofrece Jesús como respuesta. También a su silencio se oponen los gritos de la turba en el pretorio frente a Pilato (autoridad civil). Los azotes, la corona, los insultos, los clavos y la cruz no parecieran conllevar la consecuencia narrada; a este punto, entonces, el evangelista puntualiza: dando un fuerte grito, expiró
Con la liturgia de hoy, jubilosos gritamos hosana al conmemorar la triunfal entrada de Jesús en Jerusalén. Hoy también la liturgia nos lleva al luto silente y desgarrador de una historia de amor apasionado. Así se abre la Semana; ojalá que así se viva toda ella. Será necesario que se grite hosana cuando, con la emoción de celebrar la Pascua, se nos dé como alimento de vida eterna y se pacten nuevas alianzas rescatadoras. Que se grite hosana cuando colgado de la cruz requiera del Padre el perdón, porque los hombres ignoran lo que hacen. Que se grite hosana cuando derrame su sangre redentora e invite a los ladrones a su Reino. Que se grite hosana cuando los centuriones de nuestra época vuelvan a reconocer a Jesús como verdadero Hijo de Dios. Que se grite hosana cuando el silencio de Dios cubra el orbe entero y cuando se rasguen los velos de los templos modernos. Que se grite hosana, con júbilo inacabable cuando la dura piedra que mantenía las tinieblas quede movida por la fuerza poderosa de la luz y de la vida.
P. Ovidio Pérez Pérez
Para El Visitante