Cada mañana llego a la oficina médica y encuentro la sala de espera llena. Algunos enfermos vienen para seguimiento, otros por una enfermedad aguda, todos preocupados por sus problemas. ¡Hay tantas tribulaciones! ¿Cómo ayudar a tantos enfermos? Entonces recuerdo la tercera promesa del Sagrado Corazón que dice: “Yo les consolaré en todas sus aflicciones.”
A los que llegan ansiosos a la oficina, les recuerdo que el Salmista nos dice que “…aunque ande por caminos oscuros nada temo, porque el Buen Pastor nos conduce hacia fuentes tranquilas…”. (cf Sal 23, 2-4) Definitivamente el agua de la fuente, igual que el agua bautismal, nos infunde el perdón y la gloria del Espíritu Santo, disminuye nuestra ansiedad, nos colma de gracias y por ende disminuye nuestras aflicciones. El Sagrado Corazón de Jesús fue esa fuente de vida, de donde brotó sangre y agua (cf Jn 19, 31-37).
A aquellos que están extenuados, afligidos por el exceso de trabajo o esfuerzo, les recuerdo las palabras de Jesús: “Venid a mi todos los que estén cansados o agobiados, que Yo os aliviaré.” (Cf Mt 11, 28) Jesús nos aligera la carga. El Señor entiende nuestro agotamiento y atiende nuestra plegaria.
Tengo también pacientes que son cuidadores de ancianos, padres o cónyuges encamados. Para ellos la palabra de Dios, me presta también palabras de aliento, que pocos conocen: “Hijo mío, cuida de tu padre cuando llegue a viejo; mientras viva, no le causes tristeza. Si se debilita su espíritu, aguántalo; no lo desprecies porque tú te sientes en la plenitud de tus fuerzas. El bien que hayas hecho a tu padre no será olvidado; se te tomará en cuenta como una reparación de tus pecados. En el momento de la adversidad será un punto a tu favor, y tus pecados se derretirán como hielo al sol.” (cf Eclesiástico 3, 12-15) Definitivamente este mandamiento de honrar a los padres (cf Dt 5, 16), tiene una hermosa promesa como recompensa a los que cumplen con su deber. Todos hemos visto el hielo derretirse bajo el calor y el sol. Podemos esperar en esta promesa por la cual nuestros pecados desaparecerán con hielo derretido.
Tenemos que ver en el Corazón Abierto del Señor, el corazón adolorido de tantos enfermos, ancianos solos. Por otro lado, la buena noticia, es que podemos encontrar en el Sagrado Corazón de Jesús remedios a nuestros males. Jesús pasó la vida sanando ciegos, mudos, cojos y otros enfermos. En Él encontramos el camino a la sanación, física, emocional y espiritual, pues Él “es el camino, la verdad y la vida”. (cf Jn 14, 6). Él nos consolará en nuestras aflicciones, según su promesa. Amén.
Natalio Izquierdo, MD
Para El Visitante