Remóntese, por un momento a las 12:00 del mediodía de aquel viernes trágico en el que Jesús llegó al Gólgota en las afueras de Jerusalén. La noche antes sufrió una fuerte tensión emocional que le provocó sudar sangre (hematidrosis), la traición de uno de sus discípulos, el abandono de sus amigos, el desvelo y fue obligado a caminar más de 4 kilómetros de un lugar a otro para celebrarle juicios y darle el peor de los castigos.
Al inicio de su condena, Jesús fue amarrado a un poste o columna y azotado con una látigo o flagelo donde, despojado de la mayoría de su ropa, recibió 39 latigazos en el área de la espalda, nalgas y piernas. Los primeros látigos preparados con tiras de cuero llevaban colgadas unas bolas metálicas que causaban contusiones profundas. También lo azotaron con un instrumento de tortura, compuesto por unos huesos en forma de garra, que rasgaron la carne severamente.
“Con cada azote la piel se rasgaba, se despellejaba, sangraba, se exponía el músculo y los huesos. Los golpes podían provocar una hemorragia, bajaba la presión y la víctima podía morir de este castigo”, aseveró el Dr. Iván Lladó, cardiólogo.
La humillación continuó con una túnica que al ser removida pudo reabrir las heridas, una corona de espinas, y un palo como cetro en su mano derecha. El abuso físico y mental, la falta de alimentos, agua y descanso, contribuyó a una condición física en estado crítico.
Aún así, aquel hombre llevó a cuestas el madero horizontal de la cruz, llamado patíbulo que se estima pesaba entre 80 a 130 libras, peso que según Lladó era muy difícil de soportar en las condiciones en que se encontraba. En el camino la multitud frenética le golpeaba, escupía e insultaba.
El también diácono indicó que algunos expertos creen que Jesús pudo haberse caído mientras bajó las escalinatas del Fuerte Antonio con el patíbulo al hombro. La caída pudo provocarle un golpe en el pecho que lo predispuso a una rotura del músculo cardiaco como evento final de su muerte.
En el lugar de la ejecución, contrario a la creencia tradicional, no fue clavado en las palmas de las manos. Esto debido a que “si le hubiesen puesto el clavo en la mano al levantar la cruz se hubiese desgarrado (porque por ley de gravedad el peso del cuerpo lo habría halado hacia adelante), para que aguantara el peso había que clavarlo en la muñeca donde hay huesos, tejidos y tendones”.
El cardiólogo, precisó que el dolor que experimentó Jesús cuando le clavaron las muñecas con un clavo de siete pulgadas fue tan fuerte que no hay explicación médica de cómo pudo soportarlo. “Se entiende que cuando el clavo pasa por el nervio mediano y lo roza, el dolor es extremadamente fuerte. Puede producir un choque neurogénico, que puede provocar pérdida del conocimiento”, señaló.
Una vez alzado en el madero le clavaron los pies donde nuevamente los nervios fueron triturados provocando un dolor similar al de las muñecas. A la vez que se desangraba producto de una hemorragia incontenible, al tope de la cruz un rótulo lo identificaba como: Jesús de Nazaret, rey de los judíos.
Como consecuencia de la crucifixión sus brazos se estiraron cerca de 6 pulgadas, posiblemente dislocando sus hombros. Esta posición vertical, ejercía presión en los músculos del pecho poniéndolo en pose de inhalación. Para exhalar, el individuo tenía que apoyarse en sus pies (fijados al madero) acción donde el clavo desgarraría el pie hasta quedar incrustado en los huesos tarsianos. Jesús toleró esta situación por espacio de 3 horas.
Aunque se desconoce la causa específica de muerte, el también Diácono confirmó que investigaciones realizadas a lo largo de los años revelan varias teorías.
“Se entiende que a consecuencia de los golpes perdió mucha sangre, esto hace que la presión baje. Además, hay que recordar que estaba deshidratado, no había comido, le faltaba oxígeno y esto provoca que la sangre se ponga espesa y se forman unos coágulos en las válvulas cardiacas que se desprenden y llegan a las arterias del corazón y puede desencadenar en un infarto cardiaco que le ocasione la muerte”, detalló.
Otra hipótesis señala que su muerte pudo deberse a complicaciones respiratorias.
Además, otros científicos atribuyen la muerte a un shock hipovolémico, que es pérdida de sangre masiva. “El shock hipovolémico provoca una hipotensión (baja presión) y por ende no llega suficiente sangre al corazón, ni oxígeno al cerebro. Esto induce a un infarto cardiaco que puede producir un hemopericardio que es un sangrado entre el pericardio (membrana que cubre el corazón y el músculo cardiaco) y el paciente muere”, reveló.
“Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a Él, exclamó: ‘¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!’” (Mc 15, 39). Fue así como Su sacrificio en la cruz, por los pecados de la humanidad, transformó aquel viernes trágico en uno Santo.
(Fuentes: Varias)
Nilmarie Goyco Suárez
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