La Doctrina Social de la Iglesia se estructura sobre la verdad revelada por Cristo: Hijo de Dios, que se nos revela como un Dios de amor, que nos ha hecho sus hijos y que nos llama a vivir el amor. Además, reconoce que somos seres sociales, verdad que se comparte con las ciencias sociales. La consecuencia de estar llamados al amor y de nuestra naturaleza social se traduce en la necesidad de la solidaridad entre los hombres. Solidaridad para poder ayudar a construir el bien común.

¿Qué es solidaridad?

Solidaridad es asociarse a la causa de otra persona, apoyar a otros en sus causas. La Doctrina Social de la Iglesia entiende a la solidaridad no solo como un principio social, sino también como una virtud moral.

Es una determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común. Una actitud de solidaridad se traduce en la aportación a una causa común, en la búsqueda de puntos de entendimiento, en la disposición a ocuparse en buscar el bien del otro, en una ruptura del individualismo y en la apertura al diálogo.

La solidaridad comienza en el núcleo de la familia, ya que esta se constituye en la escuela del amor y de apoyo mutuo de sus miembros. Sin embargo, aunque comienza con la familia, no se detiene en ese ámbito exclusivamente, ya que no solo es una virtud personal, sino que es una forma de organizar a la sociedad. Por eso se debe extender al mundo laboral, a la esfera económica y al mundo de las naciones.

La interdependencia de unos y otros, se hace cada vez más evidente y necesaria en un mundo cada vez más globalizado, exige una creciente solidaridad a todos los niveles de las relaciones entre los seres humanos. Es sorprendente, que ante un mundo globalizado, las soluciones que se han planteado a los problemas sociales no descansen cada vez más en la promoción de una mayor solidaridad.

Una economía solidaria implica desarrollar una manera eficiente de producir bienes y servicios útiles al crecimiento, evitando el desperdicio de recursos; exige un desarrollo económico que no menoscabe las oportunidades de grupos sociales o de pueblos enteros, condenados a la indigencia y exclusión. El afán de ganancia y la sed de poder se oponen a la solidaridad.

Una gestión pública solidaria debe comprometerse en ser instrumento de desarrollo, aumentando el nivel de ocupación, promoviendo actividades empresariales e iniciativas sin fines de lucro y garantizando sistemas de previsión y protección social orientados a los más débiles.

En una sociedad solidaria el consumo de bienes, se ajusta a las responsabilidades sociales. El consumo excesivo, que no discrimina ni exige de las empresas productoras de bienes criterios de responsabilidad social (condiciones de trabajo, conservación del ambiente), está opuesto al principio de la solidaridad. El acceso de los medios para la superación personal debe estar a la disponibilidad de todos, no solo de algunos.

Los medios de comunicación social pueden emplearse positivamente en pro de la solidaridad, si distribuyen información verdadera y justa, que favorezca el conocimiento y el respeto al prójimo.

Un mundo solidario se replantea temas como el tráfico de armamentos, el trato a los exiliados políticos, las políticas de inmigración, demografía, desarrollo social de los pueblos y protección ecológica.

En Solicitudes Rei Socialis (28), Juan Pablo II, al describir la realidad del mundo establece que: “Este pues es el cuadro, están aquellos -los pocos que poseen mucho- que no llegan verdaderamente a ‘ser’, porque, por una inversión de la jerarquía de los valores, se encuentran impedidos por el culto del ‘tener’; y están los otros -los muchos que poseen poco o nada-, los cuales no consiguen realizar su vocación humana fundamental al carecer de los bienes indispensables”.

Esta condición de inequidad social y económica, exige una expresión de la solidaridad especialmente hacia aquellos que se mantienen desposeídos de oportunidades. Esta expresión se ha denominado “opción preferencial por los pobres”. La opción preferencial por los pobres, como consecuencia de la solidaridad, es una forma de reconocer que las personas que más necesitan de la solidaridad son las víctimas de este mundo desigual.

Podemos reflexionar sobre la sociedad puertorriqueña: ¿está organizada sobre el pilar de la solidaridad? Indudablemente nuestro pueblo, culturalmente, tiene una inclinación hacia la solidaridad, ¿pero la alimentamos o la hemos ido perdiendo? ¿Nuestra escuela, educa hacia una sociedad solidaria, o presenta modelos de éxito que fortalecen la competitividad y el logro de objetivos personales? ¿Nuestros medios de comunicación, contribuyen a la solidaridad, se fomenta el respeto hacia el otro ser humano, independientemente de su condición o sus creencias? ¿Cuáles son los modelos de nuestros hijos, aquellos que se esfuerzan en ‘ser’ o aquellos que se han orientado al ‘tener’?

Esta y otras preguntas similares debemos plantearlas, para empeñarnos en fomentar una sociedad solidaria en nuestro país.

Nélida Hernández
Consejo de Acción Social
Arquidiocesano

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