Hace ya bastantes años, y en medio de los conflictos dolorosos de Colombia, ahora superados y remachados con la presencia del Papa Francisco, el provincial jesuita escribía unas líneas que bien nos caen también a nosotros. Nuestro ambiente de violencia en muchos niveles, el desprecio a la vida humana, la falta de respeto al prójimo y a sus bienes, la desesperanza que logra que nuestro país se vaya lentamente desangrando con la emigración a EE.UU., bien necesitan de sus reflexiones sobre el humor. Las hago mías. Porque también tengo ese pensamiento y estoy en esa onda.
Nos hace falta más humor. Cansados como estamos de hostilidad y de intolerancia, el humor cristiano podría ayudarnos a suavizar tantas heridas. Humor que no es únicamente la capacidad para narrar el chiste del momento, ni la habilidad para distensionar el ambiente con una salida oportuna o jocosa. Tampoco es la capacidad para reírnos superficialmente de las inesperadas incoherencias o desproporciones que nos rodean. Un poco de sal no viene mal. Pero el humor cristiano es mucho más. Así lo presenta nuestro provincial.
Es la capacidad de reconocer nuestra propia ridiculez; la capacidad de reírnos de nuestra imagen “respetable”, tan cargada de presunciones. Relativiza nuestra importancia, digiere nuestras limitaciones y derrotas con la profunda alegría de un sano realismo. Se trata de reconocer que lo verdaderamente importante no somos nosotros mismos, sino el Reino de Dios que se realiza en medio de la inmensa fragilidad humana.
Trata este humor de constatar nuestra pobreza y nuestra limitación sin irritarnos ni enfadarnos; nos reconocemos alegremente como seres imperfectos distorsionados. Es aquello que nos permite concebir la vida no como una competencia para ganarle a los demás, ni de tratar de humillar y hacer insignificante la existencia del otro. Es la posibilidad de regocijarnos con lo sencillo y lo pequeño, porque allí resplandece la alegría de Dios. Es saber sonreír con sabiduría ante la relatividad de nuestras vidas y de nuestros proyectos, porque lo único absoluto es el Señor, gozar, reír, disfrutar, ¡eso es humor!
El Quijote aparece en nuestra literatura como personaje de humor. Su locura ridiculiza nuestras grandezas. Cervantes no lo humilla, lo levanta a alturas de nobleza. Es su personaje querido que muere cuerdo y cristiano. Dicen que los ingleses tienen mucho de esto. Y que el verdadero humor es serio. Un santo triste es un triste santo, decía San Francisco de Sales. Y si el alegre construye el reino, mejor todavía.
(Padre Jorge Ambert, S.J.)