La violencia que vemos en nuestras calles, incluso en los hogares, es una de las situaciones más alarmantes en nuestro país. Vivimos todo tipo de violencia: Personal, familiar, orientada a minorías sociales e infantil. Es un tema recurrente y por eso contenerla se convierte en una de las promesas electorales más frecuentes que se hace al pueblo por todos los partidos políticos. Se mencionan programas con el objetivo de aumentar el esclarecimiento de delitos, aumentar las medidas punitivas, iniciativas educativas, entre otras. Al igual que se habla de reducir la violencia, también se promete aumentar el empleo, mejorar los sistemas de salud para lograr una mayor accesibilidad, mejorar la calidad educativa, etc. Tal parece como si cada 4 años se elevara la creatividad de los líderes y se propone hacer las mismas cosas, esperando mejores resultados. Se habla de medidas programáticas, de legislación, de política pública y crece la falsa esperanza.

Lo que muchas veces no se dice es que los problemas que aquejan a nuestro país son complejos y que requieren algo más que actuaciones de un líder o partido político. Los problemas de nuestro país requieren el consenso de muchos líderes, el apoyo de todos los ciudadanos, la voluntad de diálogo y la orientación hacia unos principios y valores morales. La Doctrina Social de la Iglesia nos recuerda que la justicia y la paz son posibles. Lograrlas requiere una transformación de la sociedad, revalorando la alta dignidad de todas las personas. Es una tarea de largo plazo y de carácter continuo. Por eso no es factible para nadie prometer soluciones a corto plazo. Las soluciones a los problemas sociales requieren el concurso de todos.

La Organización Mundial de la Salud define la violencia como el uso de la fuerza y el poder de forma deliberada en contra de otra persona, o grupo de personas, que cause daño físico o emocional. Las causas más comunes de la violencia son: El uso de alcohol o drogas, la intolerancia, la falta de moderación y control de las emociones. Una sociedad libre de violencia requiere de ciudadanos que sepan dialogar, disentir saludablemente y negociar consensos. Se requiere una cultura de paz y de justicia, que se construye en el hogar, la escuela y se practica en la convivencia diaria.

¿Cómo construir esa sociedad? Requiere más que buenas intenciones o promesas políticas. Los abusos y desequilibrios en la sociedad, la pobreza y desigualdad económica, el desempleo y el discrimen son factores que afectan la consecución de la paz. La Doctrina Social de la Iglesia nos dice que la paz es el fruto de una sociedad que busca la justicia. Pero aún en condiciones en que la justicia no sea perfecta, la violencia no es la respuesta (Compendio de Doctrina Social, 486).

Abonar a lo no violencia es un deber de todo cristiano. Es una postura cimentada en el Evangelio. La promesa de paz a su pueblo recorre todo el Antiguo Testamento y se cumple en Jesús. Él ha derribado el muro de la enemistad entre los hombres (Efesios 2,14). La paz nace del corazón del hombre, que conociéndose hijo de Dios y hermano de todo hombre, se muestra solidario y justo ante sus hermanos. Todo tipo de violencia tiene una misma raíz, una incorrecta concepción de los que es el hombre y de su relación con Dios y sus hermanos.

Una verdadera paz solo es posible si comenzamos a derrumbar muros y, en su lugar, a construir puentes. Para eso necesitamos líderes que promuevan la verdadera paz, ciudadanos que se comprometan al diálogo y a la acción conjunta y misioneros que lleven el mensaje de la caridad. La Doctrina social de la Iglesia nos traza la orientación moral y nos llama a que tomemos acción en la construcción de un nuevo orden político y social. Solo así venceremos la violencia.■

(Puede enviar sus comentarios a nuestro correo electrónico: casa.doctrinasocial@gmail.com)

Nélida Hernández
Consejo de Acción Social Arquidiocesano
Para El Visitante

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