En el libro de los Hechos de los Apóstoles vemos cómo la Iglesia, influida por el Espíritu Santo, no solamente sigue creciendo, sino que los ministerios dentro de ella se siguen diversificando y definiendo.
Nos recuerda San Pedro en su carta, que nosotros los cristianos no podemos imponer nuestra fe, sino vivirla y que, por nuestro ejemplo de amor y mansedumbre, convertiremos a los demás.
En su despedida en el Evangelio de San Juan, Jesucristo nos habla con palabras tiernas de amor, asegurándonos que no nos dejará solos, sino que el Espíritu Santo nos acompañará.
Cuando una abeja u hormiga reina comienzan su colmena u hormiguero, comienzan con una primera puesta que ella misma cuida y alimenta. Todas las que nacen son obreras, que se dedican a cuidar a su madre reina y a extender el panal y hormiguero. Así mismo comienza la Iglesia: en Pentecostés sólo había los Apóstoles y los discípulos a los que los Apóstoles pastoreaban. Pero a medida que la Iglesia crece, surgen los distintos ministerios, y el sacramento del Orden Sagrado se irá dividiendo en episcopado, presbiterado y diaconado. El episcopado (obispos) fue el primero que nace, la dimensión original del sacramento. Luego vendrán el diaconado y luego el presbiterado.
Aunque el pasaje de nuestra 1ra lectura trata de cómo la Iglesia va creciendo, vemos cómo el diacono Felipe, ordenado junto con San Esteban, predica el Evangelio en una comunidad y, cuando ésta se forma, manda por los Apóstoles para conferir el don del Espíritu Santo (Confirmación), que él no podía conferir por ser diácono y no apóstol (obispo).
En la continuación de su exposición, San Pedro nos recuerda que los cristianos no podemos ser gente violenta, sino pacífica, puesto que vivimos el Evangelio del amor. Al leer uno este pasaje, es obligatorio recordar las Bienaventuranzas, puesto que lo que nos dice San Pedro es lo que nos dice Jesucristo al comenzar el Sermón de la Montaña. Haciendo una mirada retrospectiva, los grandes fracasos y escándalos de la Iglesia han sido cuando ha querido imponer el Evangelio a la fuerza. La Inquisición y varios aspectos de la evangelización de América son ejemplos de lo que San Pedro nos advierte y que lamentablemente la Iglesia ha cometido, comprometiendo e hipotecando esa misma fe y mensaje de amor que Jesucristo nos encomendó.
Cuando lidiamos con el discurso de despedida de Jesús en el Evangelio de San Juan, en la Última Cena, tenemos que tener en cuenta que los sentimientos y emociones de Nuestro Señor Jesucristo son intensos, están a flor de piel. Nuestro Señor Jesucristo sabe que va a morir, que su muerte será una muy sangrienta y tortuosa, y que será la última vez que se reúna con los Apóstoles previo a su muerte. Con intenso cariño les promete que no los va a dejar solos, que cuando se vaya les mandará al Espíritu Santo para que el Espíritu los acompañe y defienda, y que con su fuerza, Su Iglesia ha de crecer. Al mismo tiempo les advierte que el verdadero amante de Dios cumple con sus mandamientos.
Esas mismas palabras van para nosotros, Jesucristo nos tiene el mismo cariño que le tiene a los Apóstoles, nos manda al mismo Espíritu Santo que le envió a los Apóstoles, y nos advierte que, al igual que los Apóstoles, si de verdad amamos a Jesucristo, cumpliremos con sus mandamientos.
P. Rafael “Felo” Méndez Hernández
Para El Visitante