Ya conocemos el chiste. “Santa es la mujer que practica las virtudes cristianas de forma extraordinaria y mártir el que vive con la santa”. Claro, el chiste cabe también al revés. Se me ocurre que es buena manera de reflexionar sobre la práctica religiosa en la pareja. Que es tema a discutir tanto en los matrimonios con disparidad de culto como en los que recibieron el Sacramento en nuestra Iglesia.

Comienzo con que el principio fundamental es reconocer que la fe (su práctica externa) es siempre una propuesta, nunca una imposición. Cuando se resuelve con imposición surge la tiranía, y lo obligado motiva el golpe de estado. La fe es un encuentro personal con la divinidad. De ahí proceden las que se llaman diversas espiritualidades. Las de más difusión: dominica, franciscana, carmelita, jesuita, monástica. Son caminos para llegar a Dios. Lo que se dice, “hay muchos caminos para llegar a Roma”. Claro que en kilometraje y dificultades hay algunos más cortos. La parábola de los obreros convocados a diversas horas, pero premiados con el mismo salario, ilumina, sin duda, esta idea.

Se me ocurre otra manera de formularlo: ¡lo importante no son las devociones sino la devoción! En plural se habla de los recursos que según tu carácter y experiencias de fe facilitan tu encuentro divino. Así lo que a uno ayuda a otro le cierra. Puede ser que a la esposa le motive el rezo de un rosario alargado con muchas colas tradicionales. ¡Y el esposo ya está dormido o disgustado!

Se trata de devoción; de entrega; de convicción personal; del caer al suelo como el Saulo camino de Damasco; de comunicación de tu a tu con lo divino… Más concreto, con el Dios que se hace presente en nuestra humanidad.  Y poderlo abrazar, y poderlo besar, y poderlo matar, oh, Dios de carne, como exclama el poeta. ¿Qué debe, pues, lograr la pareja?  ¡Respeto al encuentro divino de cada uno! Y buscar las coincidencias en las devociones concretas, las que ayuden a ambos a llegar a la devoción. Si en algún tema debe llegar la pareja a acuerdos es este de lo religioso. Si proceden de comunidades de diferente fe (católico y protestante) con más razón firmar los acuerdos.

La pregunta es ¿en cuál práctica de fe ambos nos sentimos cómodos (lectura bíblica, misa y comunión juntos, trabajo de servicio religioso)? De unos amigos recibí una lección ejemplar en este punto. Ambos participaban en un apostolado de la Iglesia, pero cada uno por su lado. ¡Decidieron trabajar en un apostolado común, ayudando a parejas! Por ahí va el punto: ¡buscar coincidencias! ¡Qué diabólico sería un divorcio por culpa de mi forma de adorar a Dios! Como era históricamente un absurdo el matar a otro durante las guerras religiosas, para agradar al Dios del amor!

Recuerdo aquí a San Juan Ogilvie, sentenciado a la hora por animar clandestinamente la fe de los católicos en la Escocia presbiteriana. Le piden una última palabra. Y la respuesta es la de Pablo en Romanos: “Si vivimos, para el Señor vivimos; si morimos, para el Señor morimos; en la vida y en la muerte somos del Señor”. Y el Señor era el que ambos adoraban.

Tu encuentro con Dios debe combinar con tu misión principal. Y tu misión, tu consagración a Dios en su servicio, es con tu cónyuge vivir la misión del amor, y entrar ambos en  la gloria divina. He dicho.

P. Jorge Ambert Rivera, SJ

Para El Visitante

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