Contexto
En el contexto del evangelio según san Mateo ya ha sucedido la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y la expulsión de los mercaderes del templo, ante lo que se intensifica la reacción de los fariseos y otros que repudian la autoridad con que el Señor hace y dice las cosas. En ese ambiente Jesús propone la parábola del hijo obediente y el desobediente (Mt 21,28-32). A ella nos prepara la profecía de Ez 18,24-28 y el salmo Sal 24 (“Señor, enséñame tus caminos.”) y aunque Fil 2,2-11 no se elige en concomitancia con esas lecturas, tiene sintonía con ellas, pues presenta la actitud fundamental del Hijo eterno y obediente hecho hombre, que hace la voluntad del Padre celestial.
Reflexionemos
¿Qué tipo de hijos de Dios somos? Esta pregunta podría ser la que responde el pasaje evangélico de hoy. Parece ser que a la raíz de la filiación está la obediencia, pero el fin de la perícopa deja claro que fundamento principal es la fe. El padre debe ser absolutamente confiable y por ello el hijo es obediente porque sabe que su padre o madre, no le pedirá nada que no que no sea para su bien y por piedad filial le complace en lo que le pida e incluso antes de que se lo pida. La obediencia verdadera es fruto de la fe, no es servil, sino filial y libre para ser virtud.
Pablo nos exhorta a imitar a Cristo, siguiendo sus actitudes y sentimientos: unidad y concordia, un mismo amor y sentir, humildad, no encerrándonos en nuestros intereses, sino buscando el de los demás; imitando a Aquél que por nosotros se anonadó, obedeciendo hasta la muerte. ¡Aquí está la mala palabra! Incluso la traducción litúrgica usa el verbo someterse. Pero tanto el griego como la vulgata y la neovulgata usan la palabra obedecer. Tanto en griego como en latín la etimología de la palabra obediencia tiene por raíz escuchar. Escuchar bien para hacer lo que se me pide o manda.
El buen hijo de Dios, a imagen del Hijo (Jesús) siempre obedece y por ello tiene el oído atento a lo que dice el Padre. La obediencia es por tanto una virtud característica de los hijos de Dios. No es una mala palabra, aunque en los últimos años se la ha revestido de sentido negativo porque supuestamente va contra nuestra libertad, madurez humana, etc. O no entendemos lo que es la obediencia o tenemos que decir que Jesús fue un servil inmaduro. Así surgen modos “nuevos” de hablar sobre la obediencia para dulcificarla, por no decir hacerla “light”: adhesión, obediencia dialogada, etc. Pienso que sin duda esta virtud incluye ambas cosas (i.e. adhesión y diálogo). Si alguien nos enseñó a dialogar con el Padre y se adhirió a su voluntad, tanto con su voluntad divina como humana, fue Jesús. Así que es doblemente obediente.
Escuchar es esencial para obedecer, pero escuchar lo que Dios quiere, no lo que yo quiero que Dios quiera. Escuchar es un mandato que Yahveh dio a su pueblo desde el principio (cf. Dt 6,4) y lo recuerda por los profetas (cf. Ez 18,25b). El hijo que ama al Padre no puede menos que oírlo y obedecerlo, pero al estilo de Jesús, o sea hasta el extremo (cf. Jn 13,1; Fil 2,7s.). La obediencia va incluida en el amor y el amor supone obedecer para llegar a ser el tercer hijo que no está en la parábola, el que dice sí y cumple.
A modo de conclusión
Los hijos de Dios debemos ser obedientes, con libertad, responsabilidad, madurez, etc. La obediencia nos hace más semejantes a Jesús y más aún cuando someto mi voluntad a esa disposición que no me agrada, pero en la que descubro el querer salvífico de Dios.
Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes
Para El Visitante