En lo que respecta a la liturgia de la Palabra, ciertamente el IV Domingo de Pascua marca una diferencia muy evidente. Los textos, de modo diverso a los anteriores domingos, nos llevan por el camino de las analogías y es importante dilucidarlas bien para no perder el sabor festivo pascual que, quizás, los relatos propios de la resurrección muestran inmediatamente.
La primera lectura (Hch 4, 8-12) presenta la analogía de los constructores que han rechazado una piedra; comparación que también está presente en el salmo responsorial (Sal 117). La segunda lectura (1 Jn 3, 1-2) muestra la imagen de ser hijos de Dios; no lo hace como analógica, sino en la literalidad de las palabras. En este texto la aseveración convencida del apóstol: ¡lo somos!, es categórica. El pasaje evangélico, por su parte, nos lleva al contexto del campo y aquí Jesús administra para sí la figura del pastor. Un pastor que da la vida por sus ovejas.
Es cierto que la imagen de rechazo y la alusión a entregar la vida podrían llevarnos a situarnos en la austeridad cuaresmal y correr el riesgo de no entrar en el regocijo pascual. Por eso hay que interpretar las analogías desde el triunfo; desde el paso de rechazo a convertirse en primordial; desde el paso de entregar la vida para recobrarla. Una mirada atenta y optimista nos develará todo el sabor pascual que los textos comunican.
Ante un asalariado que abandona y huye, hay un pastor que se entrega y eso es motivo de gozo. Pasar de la tristeza al gozo es un paso pascual. Delante de un asalariado que no se preocupa de las ovejas, hay un pastor que las siente suyas, que reconoce que ellas dan sentido a su existencia y que por tanto las ama; eso es motivo de regocijo. La experiencia de la plenitud en el amor es también una experiencia pascual. Delante de un lobo arrebatador, hay un pastor que conoce y que con voz dulce sabe llamar a cada una por su nombre y eso trae inmensa alegría. El paso del anonimato desinteresado a sentarse en la mesa de los hijos es un paso pascual. Delante del feroz lobo que no hace sino dispersar (que rechaza piedras como los constructores) hay un pastor que reúne, congrega, sostiene y redime; eso, como bien señala la oración sobre las ofrendas, es fuente de inagotable alegría. Y la Pascua es alegría.
Así, sólo cuando nuestro corazón se abra a la gratitud y sepa acoger el paso de ese Buen Pastor Resucitado en nuestra vida, estaremos aptos para descubrir y abrazar la vocación de cristianos; no como una opción nuestra, sino siempre, como ha dicho el Papa Francisco, como una respuesta al llamado gratuito del Señor. Él mismo pasa por nuestro lado y vuelve a dirigirnos su amorosa mirada. Dejaremos entonces de lamentarnos ante los rechazos o desprecios del mundo y viviremos afianzados en Cristo piedra angular de salvación. Interpretaremos, como Pedro en el pasaje del libro de los Hechos, la salud como una manifestación de Cristo resucitado. Dejaremos de vivir mirando la debilidad del rebaño y contemplaremos más la fuerza del pastor (como sugiere la oración colecta). Dejaremos de vivir como ovejas descarriadas y nos conduciremos como ovejas redimidas a precio de sangre (así como sugiere la oración post comunión). Dejaremos de vivir apesadumbrados por lo poco que entregamos y viviremos detrás del que es capaz de recobrar la vida; y eso es vivir con la esperanza de resucitar. Dejaremos de ser esclavos y comenzaremos a vivir como los hijos que somos.
Que nadie se confunda… los textos de hoy, con todas estas sugerencias de pasos, son totalmente pascuales.
P.Ovidio Pérez Pérez
Para El Visitante