Después de la vida hogareña, la escuela es el pocito dulce, lugar de perspectivas diversas. La cátedra del padre, madre y hermanos es reforzada por la lección magna del pan de la enseñanza, por las actitudes cívicas, por la alegría de estar juntos. Los recién estrenados de la existencia convergen en una manera de ver la vida sin heridas, ni cicatrices que le recuerden que la alegría y la tristeza caminan juntas.

Es la escuela una institución con garbo de colectividad en búsqueda de la verdad amplia, histórica, actualizada. Toda forma de mendigar el concepto y la idea y a menudo subtitularlo por caprichos y falacias, es dañina al proceso educativo. La premura por conocer no puede ser asfixiada por las ideologías del dinero, el poder, o la vanagloria como estímulo de superación.

El País requiere que sus hijos reciban una educación según los tiempos sin poner a un lado el vasto conocimiento universal, ni echar por la borda lo bueno que ha germinado en el jardín comunitario. Evitar el desgaste de los valores humanos y éticos es tarea de los educadores, que son los segundos padres, los que observan el latir íntimo de los niños y jóvenes.

Desde la cúpula gubernamental se debe hacer sentir la preocupación incesante por la educación del País. Insertar luz en todo el proceso desde el nombramiento de un líder con ropaje ascético y humano, hasta la reconstrucción de los planteles educativos debe ser menú exclusivo, una oferta de bien para la Isla de Puerto Rico.

Sin la enseñanza con alas se vaga en un mar de superficialidad y la torpeza emotiva se sale de cauce. La ignorancia mutila el buen entendimiento y se forman los “illuminati” que aturden con sus ideas y rarezas. La firmeza de lo aprendido es escudo contra la superficialidad y se logra avanzar repechando las dificultades que afloran en cada circunstancia.

No se puede dejar la educación para mañana porque el tiempo apremia, porque la confusión es de cada momento. Es preciso afilar el entendimiento para hacer frente a las teorías que pululan, a la enseñanza frágil. El respeto mutuo y la honestidad servirán de base a la creatividad y al decoro en el comportamiento.

Todos los esfuerzos del ayer, como lo de hoy, no pueden perderse en discusiones frágiles, ni en un “dime y te diré” que repercute en la educación. La hojarasca de discusiones de bandos viene a tupir todo intento de enderezar la ruta, de poner en primer lugar la educación del País.

Sanear la educación es un proyecto especial, una apertura al banquete de lo dulce y lo amargo, que es saldo de toda actividad humana. En la educación debe prevalece la miel, propia de los años recién entrenados.

P. Efraín Zabala

Editor

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