(Cuarto de varios artículos)


El mismo Catecismo indica que en la catequesis debe estar siempre presente la enseñanza de los dos caminos: “El camino de Cristo lleva a la vida, un camino contrario lleva a la perdición, (Mt 7,13)” (CIC 1696) significando de esta manera la importancia de las decisiones y acciones morales en la propia vida.

Respecto de las consecuencias el Catecismo de la Iglesia Católica (1459) dice con mucha claridad que “la absolución quita el pecado, pero no remedia todos los desórdenes que el pecado causó”.

Por eso es muy importante que se tome conciencia de las consecuencias del pecado para que se dé una verdadera penitencia, satisfacción y reparación de todo lo que se dañó. Porque el pecado grave además de destruir la relación con el fin último, desordena psíquicamente, lesiona gravemente a los demás y las relaciones con las otras personas. Y esto causa profundos desórdenes en la familia (que es el núcleo de la sociedad) y en la sociedad misma.

Por eso si bien la penitencia es una virtud muy importante, porque es conforme a la recta razón, considero que no puede darse si uno no es capaz de ver el daño producido por los actos malos, porque se le resta importancia a ese mal que se ha hecho y se termina siendo insensible con el prójimo, y hasta menospreciando el regalo de la gracia, la relación con Dios y la Iglesia. Hay también una ingratitud muy grande cuando –con nuevos pecados– se desprecian los beneficios de Dios y se mantiene el odio fraterno1.

Dice San Agustín2 que “consta que el pecado disgusta mucho a Dios, pues siempre está presto a destruirlo, con el fin de que no se deshaga lo que creó ni se corrompa lo que amó”.

Los Padres de la Iglesia ya veían en la penitencia un proceso de conversión en el cual se pone el acento en el retorno a Dios. La visión positiva que ha tenido siempre la Iglesia de la penitencia es porque le importa más el futuro, la salud, la unión con Dios, que el mismo pecado y la enfermedad que lo separaba de Él. Partiendo de los pecados, el fin principal de la penitencia es la voluntad de un cambio en la vida, renunciando a todo lo que nos aparte de Dios.

Es necesaria la práctica del examen de conciencia para poder conocerse a sí mismo, y la humildad para reconocerse enfermo y querer ser curado.San Juan Clímaco define la penitencia como “La reconciliación con el Señor por la práctica de las buenas obras contrarias al pecado en el cual se había caído”3.
San Francisco de Sales se expresa de la siguiente manera en su preciosa obra: Tratado del amor de Dios:

“La perfecta penitencia obra dos efectos diferentes: en virtud de su dolor eficaz nos separa del pecado y de la creatura a la que el deleite nos había unido; en virtud del amor, de donde toma su origen, nos reconcilia y une con Dios, del que nos había separado el menosprecio, de tal manera que, a medida que nos aleja de la culpa por la compunción, nos aficiona a Dios por la caridad”4.

La penitencia como dolor por las malas acciones cometidas es una virtud natural y manifiesta la salud mental de una persona (como toda vida virtuosa); por supuesto, si uno se duele de lo que debe dolerse, pero también es una gracia de Dios que nos lleva no solo al arrepentimiento por temor a la pena, sino al amor de Dios. La penitencia no hay que confundirla con un sentimiento patológico de culpabilidad en el que la persona se queda encerrada en sus pecados y paralizada, mirándose y compadeciéndose de sí misma.

1STh III q 88 a 2.
2Citado en STh III q 84 a 10 ad 6.
3Citado por Larchet, 357.
4San Francisco de Sales, Tratado del amor de Dios, Libro II cap XX.

 

(Dra. Zelmira Seligmann)

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