“Un poco de misericordia hace al mundo menos frío y más justo”, (Papa Francisco). La misericordia de Dios es sencillamente explicada en el Evangelio de este dominical, en el cual se presentan tres parábolas narradas por Jesús: la oveja descarriada, la moneda perdida y el hijo pródigo. ¿En qué se asemejan cada una de las historias? ¿Cómo podemos mirarlas desde nuestra relación con Dios? ¿A qué nos invitan? 

El Evangelio de Lucas (15, 1-32), llamado también como el de la Misericordia, recopila estas tres narraciones para resaltar la misericordia y el amor. Tanto la parábola de la oveja extraviada, la moneda perdida, como la del hijo pródigo “reflejan la misericordia de Dios”, afirma el Padre Carlos González, sacerdote, Fundador y Moderador General de la Sociedad Fraterna de Misericordia, la cual se encuentra cumpliendo su 25 aniversario. 

En la historia de la oveja que sale de su rebaño y se pierde, ¿se olvidó el pastor de las 99 y sale a buscar sólo una? “Él no busca las que tiene, sino a la que perdió”. Igual sucede con la mujer que pierde su moneda: se enfoca totalmente en encontrar la que se le ha perdido, hasta alegrarse por haberla hallado. 

“La felicidad está en atraer aquello que se ha perdido, no en lo que ya se tenía. Pues, lo mismo hace Dios que, en su infinita misericordia, nos está buscando a nosotros, a aquel que es diferente, que está perdido, que está pecando y se ha alejado… Ahí es que está la misericordia”, añadió P. Carlos. 

La Iglesia, que somos nosotros, debe reconocer que está para hacer lo mismo: buscar al perdido. Lamentablemente, en muchas ocasiones alejamos al que piensa diferente o que no es igual al resto del rebaño. “Celebramos al que tenemos dentro –de la Iglesia– y no salimos a buscar afuera los que pecan diferente, oran diferente o tienen ideologías diferentes”, agregó. Por eso, a lo que nos llama el Evangelio con estos relatos es a atraer al que está extraviado y sentirnos satisfechos de haberle buscado y traído a lugar seguro. 

La parábola del hijo pródigo nos da una clave importante. Dice: Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello, y se puso a besarlo (Lc 15, 20). ¿Cuál es la clave? No esperar a que lo que estamos buscando o esperando esté cerca, sino salir al encuentro. Sobre esto, insistió Padre Carlos en que “no hay que esperar a que la persona esté en la iglesia para nosotros mirarlo con compasión, sino salir al encuentro de aquel que está lejos. La misericordia de Dios es esa, y es la que nos corresponde vivir: salir y llevar el amor de Dios”. 

Son precisamente las obras de misericordia, tanto las corporales como las espirituales, las que hacen a una persona sentirse amada, atendida y respetada. “Cada plato que le das al hambriento está hablando de la misericordia y el amor de Dios”, completó el sacerdote. 

“El padre seguía amando –al hijo pródigo– igual, aunque se hubiese llevado el dinero. Aún estando alejado, sin estar viviendo en gracia, el amor del padre continuaba y conmovido salió a darle un abrazo. Eso es lo que hace un apóstol de la misericordia. Con cada uno que, vistas, cada ayuda que le des a un pobre, le estás dando el abrazo del Padre al hijo, y más aún si es un hijo que estaba lejos”. 

Por último, González recalcó con determinación que “Iglesia no debe ser, como dice el Papa Francisco, ‘autorreferencial’. Tiene que ser una Iglesia en salida. No puede ser para los que asisten a Misa solamente. Tiene que ser una Iglesia que haga su apostolado afuera, llevando actos de amor. Nos corresponde hacer ese trabajo, y por medio del apostolado decir: te amo y me preocupo por ti”. Por eso, esta ha sido la misión de la Sociedad Fraterna de Misericordia desde hace 25 años: hacer cumplir las obras de misericordia con los hermanos que tienen cerca y también con los que están en las periferias, con los ancianos, los enfermos y los olvidados.

Jorge L. Rodríguez Guzmán 

j.rodriguez@elvisitantepr.com 

Twitter: jrodriguezev 

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