En agosto de 2014 tuvimos el privilegio de ir a la Basílica de Guadalupe con la finalidad de prepararnos para una nueva etapa de ministerio sacerdotal. Ocurre que, ciertos días, nos
acogieron los Padres Misioneros de la Caridad. En el momento en que nos llevaron a la
habitaci6n quedamos sobrecogidos al ver la frase “Tengo sed”. Al ir a la Capilla volvió a salirnos al encuentro la misma frase y así en otros lugares. Aquello represent6 una de las frases más cortas y, al mismo tiempo, más llenas de contenido con las que nos hemos topado. Era Jesús mismo quien nos dirigía sus palabras desde el patíbulo de la Cruz; Él quería que saciáramos su sed en los pobres.
Este semestre nos ha cautivado una frase inspirada en San Gregorio Nacianceno, que dice así: “Dios tiene sed de que tengamos sed de Él”. ¡Es admirable ponerse frente a esta verdad! El Dios que ha hecho el cielo y la tierra y que domina todo con su poder es el mismo que se muestra sediento del ser humano. Recordamos de la filosofía aquello de que Dios es el único ser necesario, que no necesita de nadie por ser El mismo pleno y acabado. Sin negar esta realidad, queremos leer la historia de la salvaci6n desde la clave de la sed divina.
La encarnaci6n del Hijo de Dios se muestra como el vértice en el que resplandece esta
verdad ante la que nos encontramos. Cuando Dios envía a su Hijo al mundo es porque su sed por el hombre llega a tal punto de querer El mismo brindar el medio por el cual esa sed pudiera ser saciada. Nos referimos a Jesús, el Emmanuel, el Niño pequeño en el que resplandece la Providencia admirable de Dios. Quien se encuentra adorando a todo un Dios en la humildad de un pesebre no le queda otra que exclamar: ¡Dios tiene sed!
La gran pregunta es: ¿Cómo saciar la sed de Dios? Escuchemos la respuesta de labios del mismo Jesús: “En verdad les digo que cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos mas
pequeños, a mí me lo hicieron” (Mateo 25,40). Esta Navidad 2020 es, sin lugar a duda, “la
Navidad de la pandemia”, según ha expresado el Papa Francisco. Es por ello que en estas
circunstancias en las que estamos hay una Palabra que ha de ser escuchada, discernida e
interpretada. Ante una crisis que tiene a la mayoría en vilo, hay que responder con la fuerza y eficacia de la Palabra del Dios vivo.
Este afio nuestra solidaridad se dirige a aquellos a quienes Les ha tocado esta situaci6n
más de cerca, sea porque están enfermos o porque tienen una persona contagiada en su núcleo familiar. A estos, en Puerto Rico, podemos llamarlos los desamparados espirituales.
Ya son varias las personas que se nos han acercado con la petici6n de que visitemos a un familiar suyo que padece el novel virus. No obstante, se nos ha negado rotundamente el acceso a estos pacientes. Sepan que esto es una situaci6n generalizada que comparten también otros hermanos sacerdotes y ministros.
¿Qué vamos a hacer? El Emmanuel nos enseña que también nosotros debemos estar de parte de los marginados del hoy de nuestra historia. El, por su Espíritu, nos mueve a presentar la verdad de la necesidad de Dios frente a otros remedios. Él nos impulsa a “diagnosticar” nuestro tiempo como uno que confía demasiado en la medicina olvidando que el remedio primordial es el espiritual. No hablamos de magia o curaciones milagrosas por doquier. Eso, ciertamente, podría ocurrir si Dios lo permitiera, pero aquí nos referimos al deber de brindar y al derecho de recibir el consuelo de los sacramentos y una palabra de aliento por parte de los ministros del Señor. En el fondo, esto lo entienden mejor las familias que se han visto afectadas directamente por la pandemia. Ya hemos tenido que escuchar a bastantes personas que se sienten marginadas, corno si de tan solo rnirarlas fuera posible el contagio. Entonces, estamos ante una ocasi6n propicia para saciar la sed de Dios en estos hermanos. No nos es posible pensar simplemente en nuestra fiesta o festejo particular, se hace apremiante el acompañar y abogar por estos desamparados. ¡Dios permita que nuestra sobriedad sea ofrecida procurando su saciedad!
Este mensaje de Navidad no pretende rninusvalorar a los agentes de la salud ni a todos aquellos que se han estado exponiendo para acompañar, consolar y aliviar a los enfermos. Todo lo contrario, reconocemos, junto a tantos, que en este tiempo ha brillado la belleza de la vocaci6n abnegada de los profesionales de la salud. Sin embargo, queremos subrayar que el remedio corporal, siendo importante, jamás es la panacea, porque tarde o temprano todos vamos a morir. El ser humane tiene sed de Dios. ¡La sed de Dios grita desde cada rinc6n donde hay un enfermo! ¡La sed de Dios agita el coraz6n de los cristianos para que nos pongamos de parte del sufriente! ¡La sed de Dios es la necesidad básica y fundamental del hombre! ¡La vida consiste, precisamente, en dejamos mover por esa sed y en detenemos a beber de la Fuente que brota del Dios vivo! saciémonos de esta Fuente divina! Ya esto lo rezaba y cantaba el salmista cuando decía: “Como busca la cierva corriente de agua, así mi alba te busca a ti, Dios mío” (Salmo 41,2).
Mis hermanos, es necesario discernir el tiempo presente para identificar de que parte estamos ubicados. El Emmanuel, “el Dios con nosotros”, siempre nos mueve a saciar su sed en el necesitado. En este memento hist6rico, los particularmente necesitados, son los contagiados y sus familias. Por ello, exhortamos a reflexionar sobre las medidas restrictivas que impiden a los enfermos recibir el consuelo di vino. Esto, no está bien, y no hay que poseer mucha ciencia para darse cuenta.
Por último, vamos a pedir a Jesús, nacido en la pobreza, que nos ayude a acogerlo con la alegría y prontitud que lo hicieron los pastores. Vamos a pedir a Jesús que nos conceda confianza en Ely que nos quite el miedo paralizante a la muerte. Vamos a pedir a Jesús que nos descubra su rostro en los necesitados. Vamos a pedir a Jesús que jamás nos quedemos mirando c6mo pasa ante nosotros la vida sin ser capaces de ensuciamos las manes. Vamos a pedir a Jesús que sacie nuestra sed y que, al mismo tiempo, nos enseñe a saciar su sed en los enfermos. Dios tiene sed …
¡Feliz Navidad!
En Cristo, sediento de caridad,
P. Gabriel Alonso Sánchez