Sí, fracasan.  Nos asusta el saber que nuestro país es el segundo en el mundo en divorcios proporcionalmente hablando.  En el 2008 daban como estadísticas de diez, siete se divorcian.  Japón, sociedad tecnológica y pagana, tiene porcientos relativamente insignificantes. ¿Por qué aquí duran tan poco los matrimonios?  ¡Lo anormal (la excepción posible de un fracaso) es aquí lo normal!  Lo raro en este país es durar hasta la muerte con el cónyuge, al que solemne y públicamente se juró perpetuidad.

Cada caso es un mundo, ciertamente.  Pero quiero reflexionar en estos artículos en algunas causas.  No serán alivio para los que ya fracasaron.  Puede ser aviso para los novios que con ilusión y ansiedad se acercan al día de jurarse amor conyugal.

Una primera causa es que alguno de los dos –o ambos- no han asumido radicalmente este compromiso.  Quién sabe cuántos dirán lo que aquel galán argentino de telenovela: “la que se casa es ella, no yo”.   De ahí brotan los famosos casados-solteros.  Son personas que nunca han entrado de veras en el matrimonio, no se han mojado; sólo metieron el dedo gordo en el agua de la piscina.  No han vivido de veras matrimonio.  Lo curioso es que después pontifican diciendo solemnemente que el matrimonio no sirve.

Hernán Cortés –según la leyenda- quemó sus naves en la costa de Méjico para evitar en sus soldados hasta el pensamiento de la retirada.  Solo quedaba el mar o la lucha con los indios para sobrevivir.  Pero estas parejas de que hablamos no quemaron sus naves.  Y como están allí en la playa, atractivas, con facilidad se suben a ellas ante las dificultades comunes.  En realidad, nunca se bajaron. Han estado casados, pero no han vivido en matrimonio.

El casado-soltero no cae en la cuenta de que, al casarse, ha surgido un cambio substancial en su personalidad, un cambio radical o profundo.  Lo que te valía como soltero no te vale necesariamente como casado.  Al casarte, automáticamente todo lo tienes que revisar.  Es posible que estos amigos eran válidos cuando soltero, pero casado ya estorban.  Tus padres ocupaban un lugar de prioridad en tus preocupaciones y cariño como soltero. Casado, ya no ocupan el primer lugar: ese es para el cónyuge.

El matrimonio – como cualquier actividad que se emprende seriamente exige todo tu ser.  Dejar parte fuera es no vivir el matrimonio. Como el que guía un carro con un pie sobre la carretera fuera del vehículo, ni está dentro ni fuera; solo expuesto a un accidente.  Eso expresaste al pronunciar el sí de amor al cónyuge delante de tu comunidad cristiana: “Todo mi yo se entrega a ti en salud y enfermedad, alegría o tristeza…”   No entenderlo íntegramente así es frustrarlo.

Hay muchas parejas que renquean.  Tan cojas que la misma Iglesia declararía la invalidez de esa relación.  Nunca debieron haberse embarcado en esa aventura, porque sencillamente no existió una aceptación de lo que con la boca pronunciaban.  Por eso les llegará el momento en que les caiga grande el compromiso y fracase el matrimonio.  Saldrán de él, aunque en realidad nunca entraron.  Mientras tanto funcionaron como anfibios, en dos aguas; o como ranas, que ni son renacuajos, ni peces en la charca, ni ranas en el jardín.  ¡Tristes matrimonios!

 

P. Jorge Ambert, S.J.

Para El Visitante

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