Ser seguidor de Jesús conlleva ser promotor de su mensaje.  A los apóstoles Jesús les encomendó la tarea de ‘ir por todo el mundo bautizando y haciendo discípulos’.  Ellos lo cumplirían con su misión específica como testigos de la resurrección de Jesús.  Pero hay otros seguidores y otras formas de misión.  Por eso el Evangelio de Lucas, después de recordar la tarea que transmitió el Maestro a sus apóstoles, añade a otros 72, que iban con él.  Y es curioso que los consejos a estos son iguales a los de los apóstoles.

 

Todo seguidor de Jesús es vocero de su buena noticia. Pero con distintos medios y distintos modos.  El apóstol predica lleno del Espíritu, provee los sacramentos, organiza la comunidad, preside la mesa de Jesús bajo su mandato “hagan esto en conmemoración mía”.  Los otros lo harán de otras maneras.  Una mujer, o madre de familia, utilizará su genio femenino para inculcar valores a los niños. Son y serán catequistas maravillosas.  Quien goza cualidades pedagógicas será maestro de la fe, explicándola, defendiéndola de malas interpretaciones, practicándola en oraciones y devociones cercanas al pueblo sencillo.  El capacitado académicamente puede ser un teólogo que sistematiza nuestras verdades, o encuentra nuevas formas de proponerla.

 

¿Cómo evangelizará la pareja que ha recibido sacramentalmente la misión de vivir el amor creando hogares amorosos?  Esa prédica primaria será en la vivencia con su prole, pues los padres son los primeros evangelizadores desde su hogar.  La nueva beata mejicana Conchita Cabrera de Armida, notable mística y literata de vida espiritual parió nueve hijos.  Antes de ser la inspiradora y fundadora de varias familias de consagradas religiosas lo fue de tan extensa prole.  Y sus escritos asombran por la profundidad de su experiencia de amor y fe.  Primero lo fue con su familia y esposo, luego en difusión de ese amor de Dios que tan profundo vivía.

 

De todo esto se hará en el matrimonio.  Hay parejas muy apostólicas que participan dando tiempo y esfuerzo en el apoyo a otros por medios de retiros, talleres de oración, como en nuestra Renovación Conyugal, por ej.  Pero su aportación propia y específica, pienso yo, es que la pareja asuma la misión recibida ante el altar: vivir su amor humano con tal profundidad que asombre al mundo, y le haga consciente de que el amor existe, que no es una mera entelequia, o un poema o canto romanticón.  Es un amor que no se predica, se ve.  Me asombra la misión adoptada por un grupo eclesial de irse a vivir como familia cristiana en un entorno pagano, o donde no se conoce ni hay presencia de la fe cristiana.  No van a catequizar, como misioneros con el crucifijo al cuello.  Van a vivir como vivían los cristianos en familia, para que eso llame la atención a los que conviven en su entorno.  Es como los primeros cristianos que asombraban, y los paganos exclamaban ‘miren cómo se aman’. Por ahí se incoaba una búsqueda más profunda.

 

La pareja recibe la misión de vivir un amor ‘que se ve’.  Porque el amor no consiste en palabras, sino en obras.  “Obras son amores, que no buenas razones”. Que tus vecinos admiren tu forma de entender y vivir la solidaridad de unos con otros.  Que comenten: ¡cómo se protegen, cómo se valoran, cómo lloran juntos, cómo ríen juntos, qué solidarios con su comunidad, qué unidos en toda ocasión! “Entiendo que existe eso que llaman amor porque lo veo en la relación de estas personas reales, cercanas en todo a los que nosotros vivimos”.  Es un testimonio callado, sin palabras, pero elocuente. Un obrero cambiaba su cheque salarial en el Banco; la joven se equivoca al darle el dinero; el obrero lo cuenta mientras se aleja y se da cuenta del error.  Vuelve atrás diciendo: “me diste de más”.  Y uno que estaba en la fila exclama “de esos quedan pocos”. Esa es la mejor manera de hacer presente el mensaje de Jesús de un mundo nuevo.  Ha nacido una nueva creatura, una nueva relación entre los seres humanos.  Y esta familia lo vive.  

 

P. Jorge Ambert, S.J.

Para El Visitante

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