“La paternidad y la maternidad humanas, aun siendo biológicamente parecidas a las de otros seres de la naturaleza, tienen en sí mismas, de manera esencial y exclusiva una semejanza con Dios”, (Compendio Doctrina Social de la Iglesia, 230). Esta semejanza con Dios nace de la comunidad de personas que conforman a una familia, unidas en Amor, en la que los padres se dan a sí mismos y los hijos se convierten en un don para aquellos que fueron instrumentos para darle la vida. La comunidad de amor, conformada por la familia, se convierte de acuerdo con esta visión de la familia, no solo en un santuario de vida, sino además en promotora del bien común de la sociedad, de la dignidad y de la vocación de las personas al don de sí mismas, (Familiaris Consortio, 22).
La doctrina católica, establece una igual dignidad entre el hombre y la mujer. Cada uno ocupa un rol particular dentro de la familia, establecido por criterios culturales, pero ambos tienen una misma misión y responsabilidad, tanto dentro de la familia, como de la comunidad. Explica la Encíclica Familiares Consortio, 22: “Creando al hombre varón y mujer, Dios da la dignidad personal de igual modo al hombre y a la mujer, enriqueciéndolos con los derechos inalienables y con las responsabilidades que son propias de la persona humana. Dios manifiesta también de la forma más elevada posible la dignidad de la mujer, asumiendo Él mismo la carne humana de María Virgen, que la Iglesia honra como Madre de Dios, llamándola la nueva Eva y proponiéndola como modelo de la mujer redimida. El delicado respeto de Jesús hacia las mujeres que llamó a su seguimiento y amistad, su aparición la mañana de Pascua a una mujer antes que a los otros discípulos, la misión confiada a las mujeres de llevar la buena nueva de la Resurrección a los apóstoles, son signos que confirman la estima especial del Señor Jesús hacia la mujer”.
Al reconocer esa igual dignidad de la mujer, la Iglesia es firme defensora de los derechos de la mujer y de su derecho a participar activamente en la vida pública, pero insiste, además, en que la verdadera promoción de la mujer exige que se reconozca el valor de su función materna y familiar. Ese balance entre vida familiar, responsabilidad materna/paterna y trabajo requiere que la sociedad se estructure de manera que reconozca a la familia como la célula central de la sociedad, que valorice la función educadora de ésta y que se erradique la mentalidad que considera a las personas como cosas, al servicio de los deseos egoístas de otros. La mujer ha sido víctima de esta mentalidad, que se refleja en violencia y discrimen entre otros modelos de injusticia condenables.
En la sociedad puertorriqueña, donde prevalece una alta tasa de divorcio y decrece la cantidad de matrimonios formales, la madre se convierte muchas veces en la única responsable de formar una familia que proteja y custodie los hijos. Ante esa realidad, es importante que se dé prioridad a proveer apoyo a las madres solteras y que se fomente un modelo funcional de familia. La Iglesia, al participar activamente en la promoción de la educación religiosa de los niños y de los padres, puede ser un instrumento para apoyar a las familias monoparentales mediante la catequesis familiar. Las instituciones públicas están llamadas además a facilitar que las madres trabajadoras puedan cumplir con sus funciones profesionales sin afectar el cuidado de sus hijos, mediante el establecimiento de centros de cuido y condiciones de trabajo que reconozcan la doble función de la madre trabajadora.
La maternidad es un don que otorga a la mujer una semejanza con Dios. Ese don podemos vivirlo utilizando la figura de María, Madre de Dios, como modelo. “María no es una mujer que se deprime ante las incertidumbres de la vida, especialmente cuando nada parece ir por el camino correcto. No es mucho menos una mujer que protesta con violencia, que injuria contra el destino de la vida que nos revela muchas veces un rostro hostil. Es en cambio una mujer que escucha”, (Catequesis del Papa Francisco del 10 de mayo de 2017).
“Una sociedad sin madres sería una sociedad deshumana, porque las madres siempre saben testimoniar, incluso en los peores momentos, la ternura, la dedicación, la fuerza moral… Queridas madres, gracias, gracias por lo que son en su familia y por lo que dan a la Iglesia y al mundo”, (Papa Francisco, 2015).
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Nélida Hernández
Consejo de Acción Social Arquidiocesano