Celebremos con amor el Día de las Madres, cada día del año…
El Padre Creador, en su Infinito Amor, nos bendijo enormemente en la vida con la presencia de nuestra mamá. Las madres son regalo y bendición del cielo… ángeles terrenales que tienen la gracia de convertir lágrimas en sonrisas; sueños en realidad; penas en alegrías. Quienes tocan nuestra vida de forma trascendental; y su inmenso amor alcanza más allá de las fronteras y el espacio sideral. Quienes nos enseñan a rezar a la Virgen y al Padre Celestial. Quienes convierten una casa en un hogar y aman de forma incondicional en dichas y desalientos, sin esperar nada a cambio. No importa la edad que tengamos nos esperan, día y noche, hasta que llegamos a casa sin importarle frío, cansancio y desvelos. Cocineras magistrales que complacen nuestro gusto con delicias culinarias, de forma “casi mágica”, en tiempo récord, a veces con escasos alimentos a la mano. Quienes nos dan ejemplo de la importancia de luchar por lo que se quiere, perseverar en lo que deseamos y entregarnos a lo que amamos. Son las mejores educadoras, pues nos educan para la vida y nos muestran el sendero de la sabiduría. Quienes acuden a cuidarnos, al instante, no importa hora, lugar o tiempo, si es que estamos enfermos o enfrentamos algún percance; y procuran en todo momento que estemos contentos y saludables.
Son semblanza de sol, caricia y respaldo cada día de la vida. Comparten nuestros fracasos y nos ayudan a superarlos. Son cómplices de nuestros proyectos; forjadoras de nuestros sueños y esperanza. Antorchas que iluminan nuestra vida de familia, dejando huellas permanentes con dimensiones más allá del horizonte que ilumina el arco iris. Son tesoro preciado en nuestros días; y pienso que no tendremos vida ni palabras suficientes para agradecerles todo cuanto hacen por nosotros durante toda la vida. En ocasiones, a través de las palabras, no alcanzamos a expresar lo que aquilatan los sentimientos. No obstante, estoy convencida que el mejor sinónimo para la palabra AMOR, más allá de toda explicación que puedan ofrecer los miembros de la Real Academia Española es, sin lugar a dudas, “mamá” y su definición “no tiene palabras”.
La esencia de nuestra madre vivirá eternamente en nuestra alma, en el espejo imborrable de nuestros recuerdos, donde el olvido no puede penetrar ni los años alcanzan a borrar. Las madres son sol en las mañanas. Su presencia hace posible recorrer caminos más cortos por senderos seguros. Es árbol, cuyas ramas frondosas, provenientes de un tronco firme, nos protegen del calor y de la lluvia, a donde acudimos a protegernos de las tempestades y avatares de la vida; donde nos refrescamos con su amor que nos brinda calma. Con su abrazo inigualable, pueden hacernos sentir como el ser más valioso de este mundo y nuestros temores, en sus brazos, se desvanecen como por arte de magia. Una vez que parten hacia la Casa del Padre, viven eternamente en nuestro corazón, pues son aurora y oasis en nuestro mundo interior. ¡Que en nuestra oración diaria al Padre Creador, abracemos con ternura a nuestra madre!
Desde la perspectiva de la fe, sabemos que luego de su partida terrenal su vida no ha terminado, sino todo lo contrario. Así, a lo largo del tiempo, fortalecidos por el Padre Celestial, con recuerdos vivos e imborrables, en primaveras interminables continuaremos amándolas más allá del horizonte de la vida y la esperanza. Desde el puerto de la fe, continuaremos navegando en nuestra barca confiados en que por la Misericordia de Dios y conforme Su Voluntad Divina, algún día volveremos a encontrarnos para abrazarnos en la orilla que despunta más allá, al otro lado de la vida, para darnos su bendición. Una bendición que echamos de menos los que hemos visto partir de nuestro lado a npara unirse en eterno abrazo con el Padre en los atrios celestiales.
Sandra S. Rivero
Para El Visitante