La primera lectura, del Libro del Deuteronomio, es una reflexión acerca de la historia de salvación. Moisés le indica al pueblo cómo tienen que hacer las celebraciones litúrgicas y, al hacerlas, tener presente todo lo que ellos han pasado como pueblo y cómo Dios los ha ido salvando.

La segunda lectura, de la Carta a los Romanos, es una exhortación que hace San Pablo a que nosotros los cristianos centremos nuestra fe en Jesús y sus palabras salvíficas.  

En las Tentaciones de Jesús del Evangelio según San Lucas, vemos que tienen un orden distinto a las de San Mateo, pero con un orden más coherente. Son más parcas que las de San Mateo, pero terminan con un dato que los demás evangelistas no dicen; que Satanás seguirá tentando a Jesús a lo largo de su ministerio.

Antiguamente los cristianos veíamos a la Cuaresma como un tiempo triste, lúgubre, y poníamos la acentuación en los sacrificios cuaresmales. No nos dábamos cuenta de la belleza, la riqueza y la profunda espiritualidad de este tiempo. Tanto la primera como la segunda lecturas son una invitación a profundizar acerca de nuestra fe, de lo que nos constituye como cristianos.  Recordando que el Deuteronomio es los consejos finales y despedida de Moisés al pueblo, Moisés les exhorta que, cada vez que celebren los ritos sagrados, se acuerden de todo lo que pasaron como pueblo y cómo Dios los liberó de Egipto. Lo mismo San Pablo en la segunda lectura: nos exhorta a que concentremos nuestra fe en las palabras de Jesús y que no nos distraigamos con otras cosas que no son claves para nuestra fe.

Como todos los primeros domingos de Cuaresma, nuestra atención se centra en las tentaciones de Jesucristo en el desierto. Aunque nos presenta las típicas tres tentaciones, San Lucas las presenta en un orden distinto. De todas maneras, nadie sabe cómo realmente fueron, sólo Jesús y Satanás. Pero es la misma gran tentación: echar a Dios a un lado y vivir como si Dios no importara.  

En la primera tentación es que no necesitamos a Dios para salvarnos. Nosotros podemos hacer las cosas sin la ayuda de Dios. Jesús le enseña que necesitamos a Dios para todo. La segunda tentación es el apego a las cosas materiales y a las riquezas mal habidas; es el pecado de la idolatría, de dar más importancia a las cosas de este mundo que a Dios. Jesús le enseña que la verdadera riqueza es la gracia que Dios nos da y la vida eterna que nos espera. La tercera tentación es creernos que le podemos exigir a Dios, que lo podemos condicionar, que lo podemos comprar, que El está para complacernos. Jesús le enseña que a Dios no lo podemos tentar, que Él está por encima de nosotros y que tenemos una total dependencia con respecto a Él.

P. Rafael Méndez 

Para El Visitante

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