Santa mujer.  Cuando todos injurian al condenado a muerte, ella se acerca para liberar su cara de inmundicias.  ¡Y el Maestro la recompensa con la foto de su divino rostro!  Atea que no pocas veces le toca a la esposa ante los dolores de los miembros de su hogar.  Nada mejor que el sobo de la madre en la barriga del hijo que sufre dolor de estómago.  Y también para limpiar, y pacientemente esperar el momento, para lograrlo en os defectos de su esposo.  A él también le toca esa tarea, pero no posee la magia especial de la mano femenina. Algún varón justo se compadeció del rostro llagado de Jesús, más no se acercó.  La mujer sí tuvo valentía.

 

Algunas Verónicas fallaron en el intento.  Tal vez por miedo a que la suciedad permaneciese.  Tal vez por desesperanza, pues daba la impresión de que la mancha ya estaba curtida.  Tal vez por rencor vengativo, por el deseo de que ‘el sufra como me hizo sufrir a mí’. Pena es, pues quién sabe si ese gesto arfa la última gota para la victoria.  Como el esposo abusador que llega de madrugada después de gastarse el dinero jugando con amigos.  Ella duerme, pero le oye llegar y abrir la nevera para comer algo frío.  “No, déjalo, yo te caliento algo”. Para ese desordenado fue el momento de dar jaque mate a su afición al juego.  El pañuelo de ello le conmovió definitivamente.

 

He visto casos donde yo esperaba que ya pudiera ser hora de enjugar lágrimas y errores.  Pero no se dio.  Insisto siempre en que el divorcio te libra de una carga.  Y a lo mejor te produce muchas otras quizás más pesadas.  No tuviste esperanza de un cambio definitivo, de un crecer a fuerza de golpes; y ahora, tal vez, otra-otro se beneficie del éxito.  Quedas sola con varios hijos, peor si son pequeños, y no será tarea fácil conseguir otro varón que reciba cargas adicionales.  La carga económica del hogar será más apremiante que antes, aun contando con que el míster pecador cumpla como debe con Asume.  Eres mujer devota y creyente, casada con bendición sacramental.  Ahora te pesará en la conciencia la soledad, o el comenzar otra relación que te excluye de la práctica total en la comunidad.  Peor si tus padres te ayudan con desagrado, o no te ayudan, o te recriminan por la decisión tomada.

 

No es fácil ser Verónica. ¡Ni la amorosa Magdalena se acercó de tal manera! O peor, la que no se atreve, o falsifica el pañuelo, pues ni llega al perdón que limpia, o se queda estrujándole en la cara al pecador su falta. La que no se divorció, pero permanece para agriarle la vida. O para llenarse de veneno, buscando razones para su acción. Es como el lobo del fabulista Esopo, que, decidido a comerse a la oveja, e inventa razones, todas fatulas. La última razón sería ‘porque soy el lobo’ y se comió a la oveja.

No quiero yo como consejero urgirle a quien busca ayuda el tomar la decisión ideal.  No es fácil para un varón, o mujer, soportar errores que siente como infamantes. No puedo tampoco esperar heroísmo de todos, aunque creamos en el poder de la gracia.  ¡Solo que el momento de la gracia no llega siempre al momento!  Debo aceptar, aun con dolor, decisiones de divorcio o decisiones falsas.  Cada uno es responsable ante el Señor de lo que ve en conciencia.  Pero nunca quiero esperar la esperanza de algo mejor en el futuro. Así recuerdo con alegría varias parejas que llegaron a divorciarse para darse cuenta al final que nada se había mejorado, y decidieron comenzar a hablar para edificar un mejor futuro.  Una me contaba que había estado divorciada por cuatro años.  Que cada uno había intentado emparejarse varias veces con otros. Nada les complacía.  Y decidieron hablar por comprender que, después de todo, ‘el lugar verdadero mío era contigo, aunque así no lo veía ni sentía.  Existen los milagros.  No los produzco.  Los deseo. 

 

P. Jorge Ambert, S.J.

Para El Visitante

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