(Ocho puntos de Evangelii Gaudium)


 

La Diócesis de Caguas se fundó el 4 de noviembre del 1962, fecha que coincide con la celebración litúrgica de San Carlos Borromeo, (1538 – 1584). Este santo de renombre fue Arzobispo de Milán y tuvo como característica principal de su episcopado aplicar las conclusiones del Concilio de Trento (1545 y 1563) en su Diócesis.

Llamo la atención sobre este particular puesto que una de las intenciones más claras de la Iglesia particular en Caguas ha sido la de aplicar las conclusiones del Concilio Vaticano II. Este deseo continúa en nuestra Iglesia diocesana y queremos vivirlo desde el magisterio del Papa Francisco, quien nos ha mostrado en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium las ocho características con las que sueña su Iglesia.

Una Iglesia en salida
Iluminado por la Palabra de Dios, Francisco dirá que la Iglesia hoy ha de estar en salida invitada por el mandato de Jesús. Hoy, en este ‘id’ de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva ‘salida’ misionera. Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor les pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio, (20).
Esta salida no es en solitario sino en comunión. Esto significa tener intimidad itinerante, y en comunión ‘esencialmente se configura como comunión misionera’. Salir a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie, (23).

Comunidad evangelizadora que “primerea”
La comunidad evangelizadora sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Es vivir un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva, (24).

Comunidad que se involucra
La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así ‘olor a oveja’ y estas escuchan su voz, (24).

Acompañar en procesos
Es acompañar a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites, (24).

Iglesia que fructifica
La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados, (24).

Saber festejar
Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo, (24).

Puertas Abiertas
Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido. […] A veces es como el padre del hijo pródigo, que se queda con las puertas abiertas para que, cuando regrese, pueda entrar sin dificultad, (46). A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas, (47).

Comunidad evangelizadora pobre y para los pobres
Cuando uno lee el Evangelio, se encuentra con una orientación contundente: no tanto a los amigos y vecinos ricos sino sobre todo a los pobres y enfermos, a esos que suelen ser despreciados y olvidados, a aquellos que ‘no tienen con qué recompensarte’ (Lc 14,14). No deben quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten este mensaje tan claro. Hoy y siempre, ‘los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio’”, (48).

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