(Sobre el aborto)

Lo cuenta el profeta. En el auge de su poder el babilonio Nabuco mandó construir su estatua y todos debían adorarla al toque de la trompeta. Ya decía alguien acertadamente que “el poder cuando es servicio es virtud, si no, es tiranía”.  La multa era grave: la muerte. Los sátrapas de ayer, y de hoy, hablan de muerte con desparpajo. El profeta y sus amigos se niegan. Desobediencia civil. Como decía Calderón: “Al rey la vida y la hacienda se ha de dar, mas no el honor, que es patrimonio de alma y el alma solo es de Dios”. El alma, la vida, la voluntad divina según la vamos conociendo, es la medida suprema. El profeta supera la prueba porque Dios le da la razón.

No sé si hoy en día aparezcan otros Nabucos, (o mejor Nabucas), disfrazados con razones persuasivas como la dignidad e igualdad de la mujer. En eso ya no hay discusión, si antes la hubo. La clarificación del mandato divino se logra a fuerza de siglos, como pasa con tantos pasajes bíblicos, cuya interpretación hodierna profundiza más que la interpretación antigua. El problema sería preguntarse: “¿Hasta dónde se amplía el poder de ti mismo sobre tu cuerpo, lo que eres, lo que decides? Se habla con justicia de los derechos humanos. Y sin duda que hoy los comprendemos mejor que los abuelos. Pero reconocemos también que todo derecho tiene un límite. El derecho al respeto ajeno acaba cuando choca con tu propio respeto. O como Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz”.

Se amplía el asunto cuando la mujer exige respeto para decidir sobre su propio cuerpo. No hay problema si me visto así, o me baño, o acepto una operación quirúrgica, o una medicina que me proponen, o me repleto de tatuajes. ¿Pero cuando esa mujer lleva en su cuerpo una vida humana, ¿puede decidir a su aire si desecharla o llevarla a su término? Esa vida está en su cuerpo, pero no es solo de ella, pues la mitad comenzó a ser de su esposo y el respeto a la voluntad divina según la interprete es principal. También la comunidad donde vive propone su opinión ante lo que hace. Si esa vida está en su cuerpo, y su cuerpo lo alimenta y sostiene, pero es un ser al menos potencialmente también humanizado, como es ella, ¿posee ella sola la decisión de llevarlo a término o deshacerse de él? ¿Dónde está su límite? Porque si duda hay un límite.

Creo que la opinión de que solo de ella depende el futuro porque vive en ella, está dentro de ella, que el futuro de ‘eso’ depende de lo que decida, puede llevarnos a otras decisiones cuestionables. Llevando el asunto a una “reducción al absurdo”, muy bien podría decidir ella que el verano le asfixia y saldrá a la playa o a la calle totalmente desnuda. Como la que decide atravesarse la nariz o los labios con aros, o tatuarse su cuerpo donde le guste, es su gusto. Por qué entonces no puede decidir, si es su gusto o tiene la oportunidad de un dinerito acostándose con el que se lo pida, le prohíbe eso la sociedad.

No quiere ser atroz con la mujer embarazada contra su voluntad, o abusada, o en desesperación por un error. Son situaciones en que no es fácil prohibirle un aborto.  Solo Dios es el que juzga. Solo la cuchara sabe lo que hay en la olla. Pero decidir un aborto simplemente por conveniencias de cualquier tipo, se nos dificulta entenderlo. Toda cultura, por ley divina, costumbre, o lo que sea, entiende que en su vientre hay otra vida tan humana como la ella u otro. Y la vida se respeta. Y se defiende, aunque la decisión sea aportar esa vida a la sociedad, y que otra persona, con ese deseo, la reciba y de término total. Si no, me pregunto si no terminaremos como la sociedad romana con infanticidios. Si no te salió blanquito o rubio, o con alguna disfunción, entonces mátalo. ¿Por qué no era eso lo que tú buscabas desde el comienzo? Bueno, pues parece que vamos ‘pa’trás’.

P. Jorge Ambert Rivera, SJ

Para El Visitante

LEAVE A REPLY

Please enter your comment!
Please enter your name here