La razón de ser de la Iglesia en el mundo, según nos instruye la Constitución Pastoral Gaudium et Spes (Concilio Vaticano II, 1965) es brindar gozo y esperanza al mundo de hoy.
Ante un mundo convulsionado por las discrepancias y desconfianzas, que como se describe en el documento citado: “Aparece a la vez potente y débil, capaz de lo mejor y de lo peor, pues tiene abierto el camino para la libertad o para la esclavitud, para el progreso o el retroceso, para la fraternidad o el odio” (GS, 9). La Iglesia sabe y proclama que la solución a todos los asuntos del mundo, se encuentra en el Evangelio. Este convencimiento, se traduce en una gozosa esperanza, de que juntos, todos los hombres de buena voluntad habremos de “ajustar cada vez más al mundo a la excelsa dignidad del hombre”, que bajo el impulso del amor construya una verdadera fraternidad humana (GS 91).
La Doctrina Social de la Iglesia, instruye a los cristianos, especialmente a los fieles laicos a “comportarse de tal modo que la virtud del Evangelio brille en la vida diaria, familiar y social. Nos invita a una espera activa, en la que aprovechemos el tiempo presente, colaborando en la construcción de estructuras sociales, económicas y políticas que contribuyan a afianzar la dignidad del hombre, la solidaridad humana y a mover la historia hacia el bien. Los cristianos están llamados a ser hombres y mujeres de esperanza, unidos por la certeza de un Dios que no abandona (Papa Francisco 21 de octubre, 2014). Responder al plan de Dios para el hombre, implica un movimiento hacia la construcción de una civilización fundamentada en el amor.
Al describir la espera que debe mantener el cristiano ante las promesas de Dios, el Papa Francisco nos dice: “No nos abandonemos al fluir de los eventos con pesimismo, como si la historia fuese un tren del cual se ha perdido el control. La resignación no es una virtud cristiana. Como no es de los cristianos levantar los hombros o inclinar la cabeza adelante hacia un destino que nos parece ineludible”. El Papa nos describe la espera del cristiano como una “espera vigilante”. Nos dice el Papa Francisco: “Este mundo exige nuestra responsabilidad, y nosotros la asumimos toda y con amor. Jesús quiere que nuestra existencia sea laboriosa, que no bajemos jamás la guardia, para recibir con gratitud y maravilla cada nuevo día donado por Dios” (Audiencia General, 11 de octubre de 2017).
La espera activa y vigilante, fundamentada en la fe, es una espera gozosa, causa de alegría. Sabemos que no son en vano nuestros esfuerzos por darnos a los demás, que la justicia y la paz que buscamos proviene de Dios. A este respecto el Papa Francisco nos invita a reflexionar sobre nuestras propias actitudes. En su homilía sobre el tema Espera y Esperanza (octubre, 2014), nos interpela:
“¿Cómo espero a Jesús? Pero sobre todo: ¿Espero o no espero a Jesús? Muchas veces, en efecto, también nosotros los cristianos nos comportamos como paganos y vivimos como si nada debiera suceder. Tenemos que estar atentos a no ser como el egoísta pagano, que actúa como si él mismo fuera un dios y piensa: yo me las apaño solo. Quien actúa de esta manera acaba mal, termina sin nombre, sin cercanía, sin ciudadanía. En cambio, cada uno de nosotros se debe preguntar: ¿Creo en esta esperanza de que Él vendrá? Y aún más. ¿Tengo el corazón abierto, para sentir el ruido cuando toca a la puerta, cuando abre la puerta?”.
En este tiempo de Adviento, esperemos al Señor y hagamos de nuestra espera un tiempo activo, de servicio generoso y eficaz a los hombres del mundo actual. No nos encerremos en nosotros mismos y abramos nuestros brazos en solidaridad. Que nuestra fe y esperanza cambien al mundo.
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Nélida Hernández
Consejo de Acción Social Arquidiocesano
Para El Visitante