Era un día caluroso de mayo, esos de corre y corre por la calle. Al pasar por la tienda, sucumbí a la tentación y compré unos juguetes de animalitos marinos a mi pequeña estrella de los mares: mi hija Maristella de 8 meses. Curiosamente eran de esos juguetes, hechos con plástico reciclado del mar que buscan crear conciencia de la crisis ambiental. Al final del día, ya no podía esperar para ver la reacción en su hermosa carita, tal vez como papá alcahuete que soy. Pero lo planificado no fue lo esperado y lo que uno cree es importante no necesariamente lo es. Les cuento esto más como un recordatorio de lo que es y no es valioso.
Llegué a la casa, la sorprendí y gateó hasta donde me encontraba. La tomé en mis brazos, la abrasé y le presenté los animalitos. Cuando coloqué la tortuga y el tiburón en el piso, ella los vio, pero no quiso soltar mis brazos. Apreté los animalitos para provocar esos sonidos agudos graciosos. Aunque le insistí, solo quería jugar conmigo y no con los juguetes. La realidad es que la presencia y el tiempo de calidad son los mayores regalos, no como ese tiempo insípido en el que se está pegado al celular viendo vídeos o juegos. Los regalos no sustituyen el tiempo. Tal vez pude ahorrarme los regalos y llegar 5 minutos más temprano.
El día de madres, el que viene de los padres, los aniversarios, los cumpleaños son momentos para demostrar con detalles el cariño y agradecimiento. Tal vez debemos cambiar el chip comercializado que tenemos en nuestras cabezas y comprender que el mayor gesto de amor que podemos dar a esa persona tan importante es tiempo. Hacer una pausa a los conflictos, levantar una bandera blanca y simplemente abrir el espacio de encuentro para caminar juntos. Al final, un café, té o un vaso de agua y una conversación amena en los sillones del balcón o la sala solo cuesta sacar un tiempito para una puesta al día con la familia, amigos y seres queridos.
Enrique I. López López
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