Para el mundo del deporte y específicamente para el mundo del fútbol uno de los replanteamientos más radicales, en medio de la crisis provocada por el Covid-19, ha sido jugar los llamados partidos “a puerta cerrada”; es decir sin la presencia del público. Por supuesto que esto desató entre los deportistas de la Europa moderna diversas reacciones y expresiones que oscilaban entre un extremo y otro. Hubo quien afirmó que el público es la mitad del deporte. Muchos parecieron coincidir en que el público aporta el elemento de la pasión; y creo que, objetivamente, no se puede negar. Quizás, sin decirlo literalmente, ha habido muchos de ellos que han necesitado escuchar los gritos apasionados del público, no los enfurecidos de sus entrenadores, para animarse a manifestar todas sus destrezas y habilidades.

De gritos apasionados nos habla la primera lectura (Apoc 7, 2-4. 9-14). En la visión del apóstol grita el ángel que lleva el sello de Dios vivo y grita con voz potente la incontable muchedumbre de toda raza, lengua, pueblo y nación. El primero grita para evitar un mal, los segundos gritan para alabar el sumo Bien. Por su parte, en la epístola (1 Jn 3, 1-3), hay también un énfasis especial en la reafirmación de que no sólo somos llamados, sino que realmente somos hijos de Dios. La fuerza de tal expresión parece también un grito apasionado. En general, las páginas evangélicas no ocultan las ocasiones en las que Jesús gritaba con voz potente. El trozo de hoy (Mt 5, 1-12) no nos hace esa referencia; sin embargo, creo que se puede percibir fácilmente la intensa pasión con la que se expresa Jesús. No hay gritos, hay pasión. Pone intensidad en comunicar a todos, quiénes conforman su equipo favorito. Sorprendentemente, los que nadie elige: los pobres, los que lloran, los sufridos, los misericordiosos y todos esos que preferiríamos quedasen sentados en los bancos del desconocimiento.

La vida del cristiano se da en medio del campo; es un peregrinar en el que sólo desde la fe se dan pasos certeros que permiten avanzar alegremente en ese camino. Podríamos decir que la fe es la destreza, la buena habilidad del caminante cristiano; sólo con ella será posible la anotación que lleva a la victoria. La celebración de todos los santos en una sola fiesta -y nadie se indigne con la comparación- es como un estadio repleto de público que mira con ilusión y pasión su equipo favorito. Permite una mirada llena de esperanza porque todo el que la tiene puesta en Él, se santifica. Así lo ha planteado Juan en la segunda lectura. La celebración es, también, el reconocimiento de que, como canta el prefacio propio de esta solemnidad, los hijos insignes de la Iglesia, como destacados deportistas, pero, quizás en ocasiones, desde el más recóndito de los anonimatos (es decir desde estadios vacíos) han lavado sus vestiduras en la sangre del Cordero y uniformados de festivo blanco, con ramos en sus manos -cual copas doradas- gritan que la victoria es de nuestro Dios.

La amargura de jugar sin público desaparece porque sus gritos de triunfo se convierten en estímulo -como pasa en el estadio repleto- y el partido se va haciendo animado. Los gritos triunfantes permiten entender que, por encima de fragilidades o imprecisiones, es decir, de nuestra pobreza, de nuestro llanto, de nuestros sufrimientos, de nuestro haber sido perseguidos o -como muchas veces también hace el público- calumniados, con manos limpias y corazón santo, como canta el salmista (Sal 23), veremos el rostro de Dios y lo veremos tal cual es. La tribulación no es más grande que la recompensa de la que habla el Maestro en el final del evangelio; mucho menos será más fuerte que el amor que Dios Padre nos ha tenido para llamarnos sus hijos; y esa es una victoria, quizás alcanzada a puerta cerrada, pero inundada de pasión que nos ha traído Jesucristo. Por tanto, hay que seguir escuchando los gritos victoriosos de los que ya triunfan en la Jerusalén Celestial, así como celebrando gozosos lo que aún peregrinamos, porque pertenecemos al equipo que vencerá y se llama: “Sus hijos”.

 

P. Ovidio Pérez Pérez

Para El Visitante

 

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