Nuestros templos son lugares de culto, adoración y celebración; espacios de encuentro con Dios y los hermanos. Por ende, requieren de cuidados específicos en la preparación, la limpieza y el ornato. En esta ocasión, propongo considerar la ornamentación floral.

Ciertamente, los banquetes y las fiestas cobran un realce especial cuando tienen flores. La Misa es banquete y fiesta, y a la vez, un santo sacrificio que no puede entenderse al modo de los que se realizan en sociedad. Por tanto, junto al buen gusto y la buena intención de colaborar en el ornato, hay que valorar cuál es el centro, qué celebramos, cuál es el fin de la decoración y qué recomienda la Iglesia sobre el ornato litúrgico.

Son varios los simbolismos de las flores en el templo; no están por estar, ni por un propósito exclusivamente estético. Las flores son parte de la creación de Dios; nos remiten a la obra de Dios con toda su perfección y variedad. Con el esplendor de colores y fragancias, expresan alegría y despiertan el deseo de alabar a Dios por sus bondades. Además, evocan al jardín del nuevo Edén y recuerdan la belleza espiritual que se adquiere con las virtudes y la vida de la gracia.

Ahora bien, las flores engalanan un lugar, no solo por ser bellas, sino por el modo en que se colocan. Hay detalles que deben cuidarse cuando se trata de la liturgia. Consideremos los siguiente…

Los signos externos ayudan a la atmósfera interior. Así, la ausencia o presencia de flores marca diferencias en los tiempos litúrgicos. La Instrucción General del Misal Romano en el núm. 305 dispone: “Obsérvese moderación en el ornato del altar. Durante el tiempo de Adviento el altar puede adornarse con flores, con tal moderación, que convenga a la índole de este tiempo, pero sin que se anticipe a la alegría plena del Nacimiento del Señor”. El tiempo de Cuaresma, de otro lado, se distinguirá por la ausencia de flores, a excepción del domingo Laetare (IV domingo de Cuaresma) y alguna solemnidad dentro de este tiempo.

Es mejor calidad que cantidad. No hace falta tener demasiadas flores; a veces menos es más. Al decorar no debemos sofocar ni ocultar lo que debe destacar. Se trata de detalles bien pensados, colocados con dedicación y delicadeza. 

Nuestro Dios está vivo, y vive en cada Sagrario de nuestras iglesias. Las flores, ¿están vivas? Aquí no solo me refiero a la importancia de desechar las flores naturales cuando ya estén marchitas, sino a usar flores vivas, naturales, y nunca de plástico. Las flores son expresión de nuestro homenaje, amor y devoción a Dios: ¿le entregaremos un homenaje muerto, un amor falso y una devoción artificial? ¡Que las flores sean siempre naturales!

Aprovechemos lo que dan nuestros campos. No siempre hay que ir a la floristería: nuestros campos también dan flores. Asimismo, hay plantas que, bien cuidadas y limpias, y puestas en macetas adecuadas para el templo, sirven para decorar el lugar.

Recordemos que las flores están al servicio de la liturgia y no al revés; deben remitirnos a lo más importante. Lejos de distraernos, deben ayudarnos a enfocar la mirada y disponer el corazón para los santos misterios que celebramos.

Vanessa Rolón Nieves

Para El Visitante

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