Es un momento culminante en el juego de beisbol. Bases llenas, el bateador debe decidir si batea o se poncha. Está el juego en tres y dos. Se puede dar el famoso ‘pepelucazo’ que definió una reñida serie. Creo que a veces en el matrimonio se dan estas situaciones de tres y dos. O mejor, hay que poner el juego (la relación) en tres y dos, para esperar alguna reacción nueva a lo que parece incansablemente repetido.
La relación matrimonial, como tantas otras situaciones humanas, va a sufrir momentos de tensión, nubes de desolación donde el panorama se abre oscuro o sin posible solución. Creo que esta relación tan especial, por el compromiso inicial, exige sufrir con paciencia esas situaciones, esperando que el sol y la luz aparezca en algún momento. Pero hay horas en que la paciencia se agota, sobre todo cuando se sufre una situación de peligro a la vida, o peligro para la autoestima de la persona por humillaciones continuas. Tal vez entonces se deba poner el juego en tres y dos. O salir corriendo.
En mi experiencia he visto que esas situaciones suceden, sobre todo, por el tranque, o abuso, de parte del varón. Claro, también las mujeres, y más las que ven el feminismo como un imitar los patrones de los varones. Creo que la mayor parte de los que buscan consejería matrimonial suelen ser las mujeres. Es, sin duda, una riqueza adicional del sexo femenino. Los varones se resisten a buscar el consejo. Tal vez por machismo consideran debilidad eso de compartir consejos y estrategias con otro ser humano, por más profesional o serio que aparezca. Pero se que se animan a someterse al proceso cuando ya la mujer se va de la casa, o habla de que la demanda de divorcio se agencia, o se pone el juego en tres y dos. Se que entonces van al Taller, o al psicólogo o sacerdote para que les saque del hoyo. Funcionan solo con presión.
No es prudente recurrir a las soluciones drásticas. Es buena la queja razonada sobre la insatisfacción en que se aguanta la relación. Pero hay situaciones en que se juega la última carta: “o hay cambio o te vas”. Uno se las juega fría, y hay que esperar el tranque total, y que él, o ella, se larguen de casa. Pero siempre queda la esperanza de que por situación dolorosa y angustiada aparezca por fin la solución ansiada. De varias parejas yo sé que, aun después del divorcio legal siguen inquietos, sintiendo profundamente que no se ha logrado solución alguna. Y varias, ¡gloria a Dios! vuelven al diálogo y a soluciones más certeras.
Recuerdo a un amigo mío que, desesperado porque las reacciones de ella a sus cambios verdaderos producían insatisfacción y más exigencia, le dijo: “Yo he hecho sinceramente lo posible porque te sientas feliz conmigo. He fracasado. Yo me voy a ver si puedes conseguir a alguien que te haga feliz”. Santo y seña. Ella reconoció que sufría unos profundos problemas de insatisfacción con ella y su entorno. No se largó él de casa. Ella reconoció su falta. Buscó ayuda profesional que la encarriló a superar sus angustias existenciales. El juego se puso tres a dos.
Reconozco que plantear el juego de esta manera puede salirle a uno como un tiro por la culata.
O sea, que a la pareja le dé lo mismo si lo botan como basura, o le entre por un oído y le salga por otro. Pero el dilema es lograr algo de paz, o seguir aguantando tristeza e insatisfacción. El papa San Juan Pablo II insistiendo en su línea dura de ajustar las cosas, dijo: “Seguiremos insistiendo, aunque nos quedemos con los 12 iniciales”. Y para mi gozo recuerdo parejas que ese trancar al juego fue el comienzo de una final solución. Ojalá no tengas que llegar a esa determinación, pero es peor seguir pidiendo el agua por señas, o peor, comenzar a buscar soluciones fáciles, y a la larga, peligrosas, mirando a la grama del vecino que se ve más verde que la propia.
Padre Jorge Ambert, SJ
Para El Visitante