“Los creyentes saben que están llamados a luchar para el definitivo triunfo del bien”. (Juan Pablo II, 1986)

La presencia del mal en la historia de la humanidad, más que una ficción, es una realidad. Decía el hoy Beato Juan Pablo II en 1986 y como parte de una serie de catequesis que ofreció vinculadas al origen de los ángeles caídos, que el influjo de Satanás y de los demás espíritus malignos se extiende al mundo entero. El Papa viajero, cuyas catequesis se prolongaron a lo largo de ese año, recordó las palabras del Apóstol Juan: “El mundo todo está bajo el maligno” (1 Jn 5, 19), y advirtió que esta presencia se hace más fuerte a medida que el ser humano se aleja de Dios.

No es de sorprender, entonces, que en el escenario mundial actual, donde reina una crisis de violencia, relativismo, materialismo, etc., se recrudezca la influencia del mal. Sin embargo, es preciso declarar una verdad mucho mayor a pesar de la realidad del pecado: el triunfo definitivo del bien.

De la libertad ha nacido también el mal

La Escritura y la Tradición de la Iglesia describen a Satanás como un ángel bueno creado por Dios, pero que utilizó su libertad contra el propio Creador y su plan de salvación. Es decir, rechazó contundentemente a Dios y su Reino. De igual forma, el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) señala que la más grave acción de este ángel caído fue la seducción mentirosa que provocó que el hombre desobedeciera a Dios.

Dura batalla contra el poder de las tinieblas

De acuerdo al Concilio de Trento, realizado entre los años 1545 y1563, el pecado de Adán y Eva redundó en la adquisición de cierto dominio, de parte de Satanás, sobre los hombres. Esta situación dramática del ser humano hace de la vida del hombre un combate constante. Así lo define la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Actual “Gaudium et Spes”, producto del Concilio Vaticano II (1962-1965).

“A través de toda la historia del hombre, se extiende una dura batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día, según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo”, apunta el documento.

“Satanás os busca para ahecharos; pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe” (Lc 22, 31)

Ante todo, la acción de Satanás consiste en tentar a los hombres para el mal, influyendo sobre su imaginación y sobre las facultades superiores, para poder situarlos en dirección contraria a la ley de Dios. Incluso, en algunas circunstancias, el espíritu maligno puede ejercitar su influjo, no sólo sobre las cosas materiales, sino también sobre el cuerpo del hombre, por lo que se habla de posesiones diabólicas.

En términos generales, pero no exclusivos, las manifestaciones de una persona que esté poseída pueden incluir: convulsiones, respiración agitada, aversión a lo sagrado, síntomas de enfermedades sin razón aparente, capacidad para hablar lenguas extranjeras, cambios en el tono de voz, alteraciones en los gestos faciales, fuerza desproporcionada y aparición de lesiones o heridas en el cuerpo, entre otras.

De acuerdo a Padre Ricardo Hernández, miembro del equipo de Liberación y Sanación de la Arquidiócesis de San Juan, la posesión diabólica es sólo una de varias formas extraordinarias por las que el demonio puede tener influencia sobre el hombre. “No suele ser la más frecuente. Es más común el caso de obsesión, influencia a nivel interno; u opresión, una influencia a nivel externo. Todas estas influencias se recogen en un término más amplio: incestación diabólica”, explicó.
“Esto se da cuando Cristo no ha sido colocado como centro en la vida de la persona. Es decir, la persona no tiene defensa para hacerse impermeable a las acciones del mal, porque no tiene a Dios en su vida”, añadió el presbítero.

Para poder contrarrestar la influencia del mal sobre un ser humano, la Iglesia interviene mediante el ejercicio del exorcismo. Así lo afirmó Juan Pablo II en una de sus catequesis: “Cristo, en efecto, ha dado a sus discípulos el poder de arrojar los demonios. La Iglesia ejercita tal poder victorioso mediante la fe en Cristo y la oración, que en casos específicos puede asumir la forma del exorcismo”.

En el #1673 del CIC se explica con mayor claridad este tipo de bendición que ofrece un sacerdote debidamente entrenado y con el riguroso permiso del obispo de la diócesis. El exorcismo se caracteriza por una petición pública, con autoridad espiritual y en nombre de Jesucristo, que realiza la Iglesia con el fin de que una persona o un objeto sean protegidos contra las asechanzas del maligno y sustraída de su dominio. “Jesús lo practicó; de Él tiene la Iglesia el poder y el oficio de exorcizar”, apunta el texto.

La victoria de Cristo sobre el espíritu del mal

Es preciso recordar las palabras esperanzadoras pronunciadas por Juan Pablo II, quien si bien reconoce que la lucha, a medida que se avecina el final, se torna siempre más violenta, destaca la profunda certeza que es dada por toda la Revelación divina: “Que la lucha se concluirá con la definitiva victoria del bien”.

Sin embargo, para Padre Ricardo, es de suma importancia que los cristianos reconozcan que el ‘bien’ tiene un nombre y un significado mucho más supremo que la mera referencia a un concepto filosófico. “El bien es Jesucristo. El triunfo del bien es el triunfo del hijo de Dios. Jesús vence la soberbia, la violencia, el egoísmo y a la maldad misma para traernos nueva vida y vida abundante”, recalcó.

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