Las altas temperaturas y el deseo de irrumpir en la naturaleza indican que el tiempo estival se abre como una invitación a pasar hacia otras fronteras, a observar de cerca el milagro de la vida. Ir es una consigna abierta a descubrir el latir de otras latitudes, a observar la pluralidad que es como un todo de la tragedia humana con su entorno de miel y dolor a cuestas.

     Hacer un paréntesis vacacional para auscultar el horizonte y sacar las lecciones que engendran virtud, es aumentar la capacidad de amar, servir, conocer. Ese coloquio con el prójimo de más allá fomenta la auto-estima y subraya el parecido con el que vive distante y por ser de la raza humana llora y ríe por las mismas cosas y realidades.

     Es el verano una bocanada de buenos augurios que acentúan los valores humanos y la ferviente mirada para el que sufre y el pobre que hace su recorrido por las calles y plazas. Al viajar a otro país se abre la condescendencia que observa, piensa, medita y juzga adecuadamente para no caer en las comparaciones odiosas, ni proyectar una piel demasiado fina y extraña. El planeta tierra tiene su identidad propia; pobreza, riqueza, alegría y penas que se desbordan sobre la esperanza en estos días de lágrimas y pesares.

     En Puerto Rico el verano está matizado por la llegada de la temporada de huracanes, que son espinas que hincan y siembran pavor y miedo en los ciudadanos. Esa realidad marca nuestro paso por esta colindancia caribeña, que es autopista para estos fenómenos naturales y que forman partes del subconsciente colectivo, de la tragedia humana.

     Los días de asueto, y el calor como llama ardiente, traen a la memoria el pocito dulce, el manantial como sorbo paradisíaco, la playa como amplitud de sal y arena. Esos recursos naturales son una bendición, medicina para aligerar el cuerpo y transformar el desánimo en pura efervescencia de trabajo y buenos propósitos. 

     Aunque se vive en un país tropical, el verano adquiere ese privilegiado lugar para hacer la vida más placentera y otear el horizonte de buenos augurios. Vacacionar en familia y con amistades pone de relieve la cercanía dulce de la existencia. La familia que disfruta abre el corazón a la misericordia, a los recuerdos imborrables. 

     Nos habla Dios de muchas maneras y nos provee agua, sol, familia, amigos para despejar la ruta vivencial que tiene su dureza y su martirio. La dispersión por aire, mar y tierra y el anhelo de compartir con la familia hace la vida más fácil, abre una ruta insospechada; la del amor y la alegría de vivir.

P.Efraín Zabala

Para El Visitante

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