Los tristes acontecimientos de los últimos días dejan un sabor amargo, una mezcla de tristeza y soledad que puntualizan el deterioro de la vida familiar. El hogar, dulce hogar, tomado de rehén por unos y otros, destila incertidumbre, descontrol, desequilibrio. Lo que era un pocito dulce, con las ramificaciones de afecto y cariño a manos llenas, se ha convertido para el boxeo de intereses egoístas, de ambición económica.
Es noticia de cada momento el atraco a mano armada que se efectúa dentro y fuera de la vida familiar. Los padres caminan sobre carbones encendidos para establecer una relación adecuada. La tirantez de ideas nuevas y actitudes al margen de la razón, con filosofías extrañas, lleva al colapso del diálogo, de la idea liberadora. No existe un punto medio en las relaciones paterno-filiales, el Cuarto Mandamiento ha sido borrado de los valores e ideales.
Es dentro de la espesura de unas relaciones enfermizas que se llega a la mudez de los padres que miran y dejan pasar porque el cansancio sicológico los abruma. Muchos hijos se hospedan en el hogar exigiendo unos servicios de primera sin dar un tajo ni en defensa propia. Se crean privilegios, por encima del bien y del mal haciendo reverencia a lo económico y a pasarlo bien sin mirar atrás.
Hay distancias que abruman, que dejan amargura, que convierten la estadía terrenal en hueso duro de roer, en desierto. Así se tambalea el hogar anta la arrogancia, los acuerdos banales, el deterioro de la autoridad paterna. Se prefiere habitar con otros que beber juntos la alegría y la tristeza, la abundancia y la poquedad. Siempre hay una medida extraída del yo peregrino; “aquella familia es mejor que la mía”.
Todo lo que se observa es fruto de la desorientación formal acumulado en el libertinaje, la indisciplina, el egoísmo sin fronteras. Las nuevas enseñanzas puntualizan el yo ávido de tomar las riendas de director de la orquesta. Ese prurito de yo impero, por encima de los otros, desafía lo justo y razonable que los padres pueden ofrecer según sus abastos de luz y de amor.
Después de la pandemia se correrá el telón de los tiroteos, los asaltos, la crueldad como punto de referencia. Ya hay una muestra de ese confeti de muerte lanzado sobre las familias, sobre todo a los ciudadanos de la tercera edad que pagan caro su existencia. La gran lotería es desmembrar la paz social, arruinar la esperanza, construir cementerios en vez de escuelas y parques para el deporte.
Hacer de la familia una trinchera para el golpe mortal, el abuso y la destrucción de ideales es ir contra Dios, Señor comunitario. Somos semejanza del Dios Altísimo, modelo de unidad y participación. Es preciso retornar a la vida noble y generosa, a la familia, sosiego y alegría única.
Vigorizar la vida familiar es urgente y necesario. Si se destruyen las bases de cercanías y amistad se cae en la desolación enfermiza. Al brindar por la familia, hacemos votos de paz, tranquilidad, sosiego…
P. Efraín Zabala
Editor