AMPLIANDO: HURACANES

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Desde la ferocidad del huracán María se ha ampliado el miedo por estos fenómenos naturales. Sobre la piel global y personal, muy adentro en la sicología, la temporada de huracanes se vislumbra como la época de la agresividad de la naturaleza. Los meses de agosto y septiembre están en remojo, paréntesis para el acopio de víveres y bienes, para elevar suplicas para que el Señor nos libere de toda tempestad.

Nuestra historia está marcada por los vientos y las lluvias, por la crecida de los ríos, por lo frágil situación de la energía eléctrica. En aquellos días de prevalencia de la ruralía, los campesinos eran los que dictaban la pauta de intuir el fenómeno atmosférico. Dado el conocimiento ancestral y al graduarse de íntimos con la naturaleza, podían echar suerte y beneficiarse de una sabiduría que les servía de dirección en los momentos aciagos. Su única preocupación era custodiar los suyos, sus animales y su pequeño huerto de viandas.

Aquella generación supo guarecerse en rancheras que construía con mesurada visión de lo poco, lo pequeño. Allí, en cercanías inimaginables, se agrupaban la familia, los animales domésticos, la familia de al lado. Esas voluntades es fervor humano hace la resistencia ante el fenómeno natural. Allí vivían de la esperanza, de ruegos para que saliera el sol y hacer frente a la desolación, al hombre, a la tristeza.

En estos tiempos de poca reflexión existe el poderío del consumismo, de brazos caídos, de una dependencia que aterra. Los individuos optan por hacerse de la vista larga, por acumular bienes, por responsabilizar al gobierno y mantenerse en una actitud de puros observadores. Los mayores, que vivieron las inclemencias de las tormentas, han perdido el instinto de hacer lo que los padres hicieron. Es un borrón y cuenta nueva, esperando todo de la magia económica.

Todo lo que representa al pasado y que es útil para estos días, es considerado como una broma o de categoría inferior. Es tal la vehemencia de lo nuevo que los niños viven de lo moderno a secas, exigiendo la última moda como plataforma de todo anhelo. Jamás se le narra el llanto interno que bajaba a cascadas por el corazón y los sentimientos de sus padres y abuelos. Tal parece que esa narrativa es obsoleta, antigua, para otras épocas.

El tiempo de huracanes es propicio para recordar aquel “que sacaba las batatas de entre la tierra” y que se llamó San Felipe. Trituró las fincas y aquellos sufridos se lanzaron a los caminos buscando un racimo de guineo, o unos aguacates que rodaron montaña abajo. ¿Cómo sobrevivieron? Esa es la pregunta cabal, una cátedra para estos días en que a veces la abundancia es amarga y el no saber qué hacer, una tortura.

Es bueno echar la mirada lontananza y dejar que la narrativa nos lleve por los caminos de lo poco y por la riqueza de estar con Dios, como nuestro único refugio.

P. Efraín Zabala

Editor

 

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