Al parecer sin ningún tipo de memorandum Josué, en la primera lectura (Jos 24, 1-2. 15-18) convoca una importante reunión. Una de esas que presentan la situación en blanco y negro y hay que terminar el encuentro con una respuesta definitiva. Ciertamente que la fidelidad a las acciones prodigiosas realizadas por el Señor fue determinante en la resolución. Muy discretamente el salmo (Sal 33) enumera acciones que realiza el Señor para los que lo buscan: mira al justo, escucha su clamor y lo libra de sus angustias; rescata a sus servidores y los libra de toda clase de males.
La página evangélica es el final del discurso del Pan de Vida (Jn 6, 60-69) que nos ha venido acompañando en los pasados domingos. El pueblo, creyentes y no creyentes, ponen mucha atención en este mensaje de Jesús. Los quiere llevar por el camino de una fe que, más allá de una repetición de teorías, normas y preceptos vividos externamente, supone la capacidad de entrega y la postura del amor vivida desde el interior. Amor que se da como alimento, pero superando la materialidad. No se trata de la aceptación de reglas morales, sino de la interpretación de palabras que son espíritu para una nueva forma de vida. Por eso se hace necesaria la respuesta -Jesús interpela a los apóstoles en su silencio- y por eso es tan difícil aclarar la postura. Jesús no busca seguidores de una ley que endurece el corazón, sino de seguidores de palabras que, transformando el interior, conducen a la vida.
En la primera lectura la respuesta afirmativa de Josué y del pueblo se coloca en sintonía con las acciones del Señor; en el evangelio la de Pedro, con la dimensión espiritual del discurso; por eso es acertada. Para nosotros hoy valdría la pena evaluar las motivaciones de nuestro seguimiento.
La postura clara, como Josué y su familia, es tomar posición sin vacilaciones ni dudas; es la opción precisa que lleva al compromiso de servir al único Señor. Al Dios que realizó tan grandes prodigios que no se pueden olvidar. Relegarlos sería un acto de infidelidad. La postura definida, que señala Pablo en la segunda lectura (Ef 5, 21-33), no es la que pretende llevar la supremacía de un género sobre el otro, sino la que permite trascender de la cuestión material a la fidelidad radical en el amor, como cuestión espiritual. Fidelidad entregada y amor que, purificando, resplandece. Tomar postura no supone el radicalismo ciego y fanático; es más bien, la asertividad en la conjugación. No supone un espiritualismo desencarnado; tampoco el aspirado moralismo angelical. Si no, una vida espiritual profunda que sea capaz de elevarse místicamente muy alto, pero con los pies firmes en la tierra. Un proceder moral que no sea cambiante tapiz del exterior, sino respuesta dinámica e inagotable del corazón.
Tomar postura no es llenar nuestras celebraciones de rimbombancia con ningún tipo de vestimenta (que al final, siempre se quedarán en el plano de lo exterior) como pretenden muchos añorando un pasado que ni siquiera vivieron; sino que tomar postura supone la fidelidad a los pastores y a la Iglesia del Vaticano II que acertadamente conjuga en la expresión “culmen y fuente” (cfr. SC 11) toda la experiencia mística y a la vez pastoral de la liturgia de la Iglesia. Tomar postura no es verbalizar duras expresiones, sino que se trata del seguimiento coherente a las palabras que son espíritu y vida. A saber, reconocer, como Pedro, que no tenemos dónde ir sino sólo detrás de las enseñanzas del Maestro que conducen a la vida eterna.
En Siquem Josué, su familia y el pueblo tomaron postura; en Cafarnaum Pedro y los demás, también tomaron postura. Y nosotros, ¿ya lo hemos hecho?
P. OvidioPérez Pérez
Para El Visitante