Ya no se trata de la invasión de Rusia a Ucrania, la tensión por el simple encuentro de dos titanes -EE.UU. y China- por la isla de Taiwán tiene al mundo entero por lo menos preocupado. Y no es una guerra económica. La crisis diplomática desatada por la visita a la isla de Nancy Pelosi, Presidenta de la Cámara de Representantes de EE.UU., fue respondida por China con una serie de ejercicios militares con buques y aviones de guerra por las seis esquinas en los cielos y las aguas cercanas que circundan Taiwan.
Aunque este conflicto pudiera verdaderamente desatar un conflicto sin precedentes en en este siglo, la verdad es que ninguno de los dos lados puede anhelar un enfrentamiento con las consecuencias que esto conllevaría. Papa Francisco, en su lenguaje sinodal y varias ocasiones, ha lanzado el reto de conseguir promotores de la paz a través de sus años como Pontífice.
La pregunta es: ¿Qué puedo hacer yo para promover la paz? Orar y promover la paz con la acción cotidiana. La paz viene de lo alto, pero empieza desde lo pequeño. Con espíritu sinodal, oremos juntos con sencillez de corazón para que la paz reine en todos los rincones del mundo y que los ánimos de guerra desaparezcan. Al final, vivimos en un solo planeta que es bastante esférico y en el que estamos conectados de una u otra manera. La paz y el bien vencerán con el tiempo. Oremos a la Divina Misericordia: Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero. María Reina de la paz, ora por la paz del mundo entero.
Aquí la oración por la paz de San Francisco de Asís. San Juan Pablo II la rezó en 1986 frente a los representantes de todas las religiones del mundo.
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Que allá donde hay odio, yo ponga el amor.
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión.
Que allá donde hay error, yo ponga la verdad.
Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe.
Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza.
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría.
Maestro, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar,
ser comprendido, cuanto comprender,
ser amado, cuanto amar.
Porque es dándose como se recibe,
es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo,
es perdonando, como se es perdonado,
es muriendo como se resucita a la vida eterna.
Amén.
Enrique I. López López
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