Caminan sin pausa, en silencio, con cierta invisibilidad y con suma concentración, casi al punto de transpirar que nadie se les acerque o los interrumpan porque llevan consigo un tesoro. A diferencia de los blindados de las instituciones financieras, su defensa no consiste en armas de fuego, sino en la oración y el rosario. De la bóveda sacra, el sagrario, recogen unos pedacitos de cielo que entregarán a los necesitados. Me refiero a los ministros extraordinarios de la Comunión, que trabajan y buscan extender la acción evangelizadora y santificante de la Iglesia con los enfermos y encamados en las comunidades parroquiales.
Para el feligrés cotidiano, que gracias a Dios no ha sido encamado, hospitalizado o ha estado en condiciones complicadas de salud, pudieran ser imperceptibles. Claro, solo es hasta el momento en que son estrictamente necesarios que su presencia es solicitada o inminente. También son los que allanan el camino para la presencia del sacerdote y el Sacramento de la Unción de los Enfermos. Por eso es importantísimo conocer quién o quiénes son en la comunidad para poder asistirles, referirles enfermos o acompañarles. La labor de estos “camiones blindados” de la Iglesia es grande porque ellos son iglesia en salida; iglesia que va donde los fieles penitentes ausentes del templo claman a Dios un “ten compasión de mí”, “ayúdame Señor” y “ten misericordia de mí”.
En más de una ocasión he presenciado cómo una dama o caballero ingresan al hogar o al hospicio con píxide cubierta entre sus manos para propiciar el encuentro anhelado entre Jesús Eucaristía con ese enfermo -ya preparado- que espera en la víspera de su muerte. La fe, la esperanza y la caridad, virtudes teologales, se manifiestan de manera portentosa. Es algo íntimo que no es fácil explicar con palabras. Cuántas experiencias guardan estos “camiones blindados” de la Iglesia.
Hacen su labor y servicio para la parroquia como dicta San Ignacio, para la gloria de Dios. Y como añade San José de Calazans: servir al prójimo. Son ejemplo sencillo de fe que no andan con sermones elegantes, sino con testimonio eficaz y con zapatos gastados. Demos gracias a Dios y valoremos estos “camiones blindados” de la Iglesia. Porque al final, puede que un día lleven el tesoro hasta nuestro propio encuentro…
Enrique I. López López
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