El careo de ideas entre el presidente Trump y el ex vice-presidente Biden, implosionó la experiencia americana que se nutre de la discusión amplia y patriótica. Echar luz sobre la opacidad de ideas y conceptos es una acción curativa; ver mejor es el resultado neto de un intercambio que regala manjares a los que esperan en los pedagogos del poder una sabiduría sin desquites ocultos.

Transcurrió el debate como flecha veloz, un tírate y tapate sin remilgos, casi una aplanadora inclemente. De la abundancia del corazón, habla la boca y el presiente no perdió tiempo en servirse con la cuchara grande, despotricar con vehemencia inaudita. Esta emboscada inusual hace referencia al yo soy yo tan inoculado en la sicología del presidente Trump.

Los millones de personas que vieron el debate se quedaron con la boca abierta, se paralizó el aliento y se abrió el escenario del escepticismo, de la pérdida de tiempo, de la intromisión de lo prosaico y estéril en una convocatoria que debía ser pedagógica, útil, de una gran dosis de conceptos y verdades firmes y emancipadoras. Debió ser una clase magna, un curso acelerado de lecciones democráticas, de interés para un País que es flagelado pro la pandemia del Covid 19, por las revueltas callejeras, por el desenfreno racial.

Lanzar confeti de rivalidades y tortura sólo logra ahondar en las diferencias étnicas, sociales, en la pobreza que emerge. Los aspirantes a crear concordia y paz en la nación más importante del mundo tienen que ser líderes con el oído en tierra, con la pedagogía de la hermandad que parte el pan de la abundancia en raciones equitativas, que se convierten en un aplauso a unísono, un agradecimiento que hace productivo el vasto terreno de los pobres, marginados, emigrantes.

La equidad resplandece por sí misma y crea un sentido de estabilidad que se multiplica en talento, en emancipación de la inteligencia, en superar toda circunstancia y situación.  Norteamérica, crisol de razas y voluntades, requiere de voces atemperadas por los debatientes, iluminadas por el entusiasmo de construir una sociedad más justa y habitable.

Las ideas básicas, difundidas adecuadamente, son antídoto contra el abuso, los prejuicios y el sufrimiento.  Echar leña al fuego va por los rieles de los prejuicios de los subterfugios, de la decadencia de principios y valores. Fomentar el diálogo liberador aligera la participación de todos, abre cauce a la prosperidad y al logro de felicidad terrenal.

Los líderes no pueden contentarse con lanzar flechas incendiarias que quemen al buen deseo y desangran la esperanza.  Siempre hay una oportunidad de vislumbrar un camino mejor, llevado de la mano de un liderato que de lo bueno saca lo mejor.  Fomentar la diatriba y sacar a flote las interioridades familiares redunda en marginar las ideas, en rechazar la verdad como guía y acento único de la interacción social.  Es justo delinear la ruta a seguir y así crear al banquete de hombres y mujeres que viven para amar y dar gracias.

P. Efraín Zabala

Editor

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