Una fe milenaria se articula en lenguaje más actual para dar respuestas a un siglo de cambios con un ritmo sin precedentes. El Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965) significó una renovación en el diálogo entre la Iglesia y el mundo. Una “actualización” de tal magnitud que la huella del Concilio se puede apreciar fácilmente en la vida de fe hoy. Han pasado 60 años desde su comienzo, pero las consecuencias del mismo se proyectan hacia el futuro. 

¿Qué fue el Concilio?

El concilio ecuménico es la máxima expresión del ejercicio pastoral del Colegio Episcopal al servicio de la Iglesia. Todos los obispos, miembros del Colegio Episcopal, tienen el deber y el derecho de asistir al Concilio con voto deliberativo. El Concilio lo convoca y preside el Obispo de Roma, que es la cabeza del Colegio. El Vaticano II congregó alrededor 2,000 padres conciliares. San Juan XXIII convocó el Concilio y presidió la primera sesión (1962), pero falleció. Su sucesor, San Pablo VI, continuó la celebración y presidió las sesiones restantes (1963, 1964 y 1965).

El Vaticano II nos legó una serie de documentos. Cuatro constituciones: Sobre la Divina Revelación (Dei verbum), la Constitución dogmática sobre Iglesia (Lumen gentium), la Constitución pastoral sobre Iglesia en el mundo actual (Gaudium et spes) y la Constitución sobre la sagrada liturgia (Sacrosanctum concilium). También nos ha dejado nueve decretos sobre: la actividad misionera de la Iglesia, el ministerio y vida de los presbíteros, el apostolado de los laicos, la formación sacerdotal, la adecuada renovación de la vida religiosa, el ministerio pastoral de los obispos, el ecumenismo, las Iglesias orientales católicas y, finalmente, los medios de comunicación social. Y tres declaraciones sobre: la libertad religiosa, la educación cristiana y la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas.

Detonantes

Para comprender los cambios que supuso este antes y después para la Iglesia, El Visitante conversó con P. Jorge J. Ferrer Negrón, SJ, Director de la Escuela de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico y Doctor en teología moral. El P. Ferrer explica que el Concilio representó un esfuerzo de diálogo con el mundo moderno, pero también una renovación interna de la misma Iglesia. El Concilio se apropia de grandes avances teológicos alcanzados principalmente durante el siglo XX. Por ejemplo, la renovación de los estudios bíblicos y patrísticos, el movimiento litúrgico, avances en el ecumenismo y el diálogo con las nuevas corrientes filosóficas. Sobre todo a partir del siglo XVIII, con la Revolución Francesa, el desfase entre la Iglesia y el mundo moderno se había ido ahondando. Por razones históricas, había en la Iglesia una profunda desconfianza ante las corrientes democráticas, la adoptación de los métodos históricos para la lectura de la Sagrada Escritura o incluso ante desarrollos científicos como la teoría de la evolución. La Iglesia asume una actitud defensiva ante una cultura que percibe como hostil. Ante este desfase, que no es compatible con una Iglesia llamada a ser fermento en la masa y no masa aparte, el Papa Juan XXIII convoca el Concilio con el fin de renovar la Iglesia y de entrar en diálogo con el mundo.

El P. Ferrer cuenta que ha oído una anécdota sobre Juan XXIII, que histórica o no, es idónea para expresar lo que quería alcanzar. Lepreguntaron para qué iba a hacer un concilio. Él se levantó de su escritorio, abrió la ventana y dijo: para que entre aire fresco en la Iglesia.

Un cambio de paradigma

El jesuita, natural de Ciales, precisó que al comenzar el Concilio había desconcierto sobre cuál sería el hilo conductor de los trabajos. Los documentos preparatorios, confeccionados por la Curia, comenzaron a ser rechazados por los padres conciliares. En la primera sesión intervinieron en el aula dos cardenales muy influyentes, Leo Suenens, de Bruselas, y Giovanni Battista Montini, de Milán. Ambos propusieron el tema eclesiológico como hilo conductor de los trabajos. Estas intervenciones fueron muy importantes. Hay que remarcar que Montini fue el sucesor de Juan XXIII. Ya como Pablo VI, Montini convoca la segunda sesión y en el discurso inaugural expresa que es preciso que la Iglesia se defina mejor a sí misma, se rejuvenezca, reforme y tienda un puente al mundo contemporáneo. Ahí estaba expresada la hoja de ruta del Concilio.

Lo cierto es que cada documento del Concilio supuso cambios profundos. Por ejemplo, cuando se reconoce la libertad religiosa. “Hay que tener en cuenta que en ese entonces la Iglesia no aceptaba la libertad religiosa como un derecho fundamental, porque la libertad religiosa se veía como un corolario del indiferentismo religioso. Se decía que el error no tiene derechos. Pero en el Concilio se da un cambio de perspectiva y se comienza a ver la libertad religiosa como una exigencia de la dignidad humana. Además, teólogos que estaban marginados y silenciados vinieron a tener un lugar protagónico en la elaboración de los documentos conciliares. Pienso, por ejemplo, en el después cardenal Yves Congar, dominico, o en el P. John Courtney Murray, jesuita, por mencionar algunos”, especificó. 

Continuó: “Sin duda, la Iglesia sale remozada de Vaticano II. Es un modelo de Iglesia distinto del que se encuentra, por ejemplo, en el Vaticano I. La Iglesia sigue siendo jerárquica, pero no se comienza hablando de la jerarquía. La eclesiología no es jerarqueología. En la Lumen Gentium se comienza hablando de la Iglesia como misterio de fe. Después se habla del Pueblo de Dios. No es hasta el capítulo III que se habla de la constitución jerárquica de la Iglesia. Algo importantísimo es lo que Ferrer llama “democratización de la santidad”. Antes se hablaba mucho de los estados de perfección, particularmente la vida religiosa. El Vaticano II nos habla de los laicos y de la vocación universal a la santidad antes que de la vida religiosa. Hoy no hablamos ya de los estados de perfección, sino de la perfección en los estados. Cada uno en su estado y vocación está llamado a la perfección y la santidad”. La vida consagrada sigue teniendo un lugar importante, pero no lo es menos la vocación laical y la entrega al Reino en la vocación matrimonial. Además de los cambios de la liturgia al vernáculo, uno de los cambios más importantes es lo que podríamos llamar “empoderamiento laical”. “Se deja claro que el laico no es solo para obedecer, es protagonista, tiene identidad propia y es una vocación eclesial: la vocación laical”, afirmó.

De Vaticano II al Sínodo

Actualmente, la Iglesia emprende el Sínodo sobre la sinodalidad. Ante la interrogante si este es una de las consecuencias del Vaticano II, el P. Ferrer dijo: “Claro. Es eclesiología de comunión, es caminar juntos. Los concilios son ejercicios sinodales. Después de Vaticano II, el Papa Pablo VI estableció el Sínodo de los Obispos para que se reúna periódicamente y puedan los Obispos aconsejar al Papa y ser consultados”. El Sínodo de los obispos está recogido hoy como institución permanente en el derecho canónico. El tema de la XVI Asamblea General del Sínodo de los Obispos es, precisamente, la sinodalidad. Lo novedoso es que en esta ocasión el Papa ha convocado a todo el Pueblo de Dios a vivir una experiencia sinodal. Por ello, afirmó el P. Ferrer que “Creo que estamos viviendo un tiempo de densidad eclesiológica comparable con el del Concilio”.

Falta camino…

El P. Ferrer dejó claro que queda mucho camino y que “todavía no le hemos sacado todo el jugo a Vaticano II”. La comprensión de la Revelación y del Misterio de Cristo es un camino siempre abierto y siempre nuevo. Los cristianos creemos que en Cristo, encarnado, muerto y resucitado, Dios nos ha dicho su palabra última y definitiva. Pero eso no significa que nosotros hayamos encontrado y agotado todo su significado. Por eso es posible y necesario crecer continuamente en la comprensión del Misterio de Cristo, que es inagotable y tiene siempre algo nuevo que decirnos. Por eso cada generación cristiana tiene que volver a leer los evangelios y necesita escribir una cristología y una eclesiología. Y también es cierto que, precisamente por eso, la aventura de hacer teología es siempre nueva y fascinante. 

Enrique I. López López

e.lopez@elvisitantepr.com 

Twitter: @Enrique_LopezEV

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