Aquel primer Viernes Santo terminó con un lanzazo. Al pecho. A la sede del corazón, del mundo afectivo. A la sede del amor. La lanza tocó el corazón que derramó generoso el resto de la vida humana del Verbo Encarnado. De su corazón brotó sangre y agua. El evangelista subraya el hecho y lo recalca con una cita bíblica: “Mirarán al que traspasaron”. Es como si dijera: “Atención, se pronuncia aquí una octava palabra del Maestro”. Todo este acontecimiento solo se explica porque hay amor. Amor que da la vida para que el otro viva. Amor que ejemplifica el que pide el Señor a los que han dedicado su vida a vivir el amor como un mensaje sublime y resumen de Jesús. Un Viernes Santo con sabor a matrimonio.
La Cuaresma de purificación, contrición y austeridad termina aquí. Ahora es la dulce espera de la resurrección. Momento para exclamar como San Juan de la Cruz: “Descorre el tenue velo de este dulce encuentro”. El místico se refiere al momento sublime de morir para confundirse en el Amor total en la vida eterna. Esta Cuaresma ha producido dolores inéditos a los que no han tenido más remedio que vivirla encerrados en su hogar, por temor a un demonio exterminador, como fue la del ángel que visitaba las casas egipcias para dar un escarmiento, aquel no pudo pasar la puerta entintada con la sangre del Cordero. Espero que tampoco este para la pareja que vive el encierro como un gesto doloroso de amor del uno hacia el otro. Porque no hay duda de que ha habido muchos lanzazos en este proceso.
Alegra saber que muchas parejas utilizaron el tiempo de encierro para un encuentro. El diálogo ha mucho tiempo impedido por los ajoros del trabajo diario. Alegra entender que muchas parejas pudieron expresar sin prisas ni egoísmos su amor sexual. Alegra saber que no puedes ahora decir no tener tiempo para las tonterías de tus hijos. “Que de eso se encargue la madre que está en casa”. La alegría de reconocer que no me perdí una etapa del crecimiento de mis hijos. Alegra saber los muchos regalos de amor y ayuda al otro: Compartir comidas, comentar películas, recordar momentos alegres en la vida de ambas familias, resucitar viejos juegos de mesa que pertenecen ya a tiempos pretéritos. Tiempo para los detalles pequeños en los que consiste el amor. O mejor, la alegría grande de alguna actividad religiosa compartida, el saber que se puede orar juntos cuando hay tanto tiempo para hacerlo, y tantos medios que se ofrecen en las redes sociales.
Hay que mirar a ese corazón traspasado, como profetizó Zacarías. Porque también es muy posible que en el encierro hayan brotado nuevas heridas. Si vemos todo como una cárcel, aparecen fácilmente los malos humores, la desesperación del que no podía vivir sin la calle. Ronda también el egoísmo de pasar todo el peso de la tarea a uno de los dos.O tristemente, quizá, la explosión de la violencia doméstica, tan contraria al corazón traspasado de Jesús. Penosamente tendremos tal vez que admitir diferencias insondables en la pareja que se agradan en el encierro forzoso. Es nueva sangre que brota del corazón de Cristo.
Al menos Viernes y Sábado Santo, si no los aprovechaste tan bien durante esta insólita y dolorosa Cuaresma, te inviten para unos días de inversión más total en entender ese amor de Dios que admite el sufrimiento no como una maldición, sino como una medida de lo que es el verdadero amor. Y será, entones, el modelo de ese amor conyugal que juraste ante el altar vivir para toda la vida como un anuncio ante la comunidad de que es posible amar, y amar como lo hizo Jesús: Dando la vida hasta la última gota por bien del otro ser amado. ■
P. Jorge Ambert, SJ
Para El Visitante