Ser agradecidos es una característica natural en la especie humana; una respuesta a los demás, que se observa desde la infancia y fortalece la socialización de la persona. Significa acoger aquello que hemos recibido, valorarlo y responder con nuestro comportamiento, de forma recíproca. El agradecimiento tiene un valor espiritual, emocional, social e incluso, señalan los especialistas en conducta humana, un valor para la salud física. La persona agradecida tiene la capacidad de apreciar a las personas, eventos y detalles en su vida y derivar de estos placer y felicidad. Ese sentido de bienestar genera un ciclo, que le permite a la persona acercarse a los otros con un sentido de acogida y aumenta la calidad de las interacciones sociales.
Para el cristiano, ser agradecidos es además un acto de fe. San Pablo exhorta a los Tesalonicenses (1 Tes 5, 18) a dar gracias a Dios por todo y en todo momento. Esa actitud de agradecimiento constante es un reflejo de una confianza plena en Dios y nos permite no sumergirnos en el negativismo o la desesperanza. En el rezo del Ángelus de 28 de junio de 2020, el Papa Francisco dijo: “La gratitud, el reconocimiento, es en primer lugar un signo de buenos modales, pero también es una insignia del cristiano. Es un simple pero genuino signo del reino de Dios, que es el reino del amor gratuito y generoso”.
En el contexto de la Doctrina Social de la Iglesia, agradecer es una respuesta a la gratuidad de los dones de Dios. Esa respuesta implica una existencia moral guiada por los mandamientos de la Ley de Dios, entregados a Moisés. La gratitud a Dios es una manifestación de nuestro amor a Él, y amarle implica obedecerle. Jesús dice a sus apóstoles en la Última Cena: “Si me aman, obedecerán mis mandamientos”, (Jn 14, 15). “Del Decálogo se deriva un compromiso que implica no solo lo que se refiere a la fidelidad al único Dios verdadero, sino también las relaciones sociales dentro del pueblo de la Alianza”, (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, 22).
De esta forma el amor a Dios nos lleva al amor a los hermanos y éste se manifiesta socialmente a través de la construcción de un mundo sobre los valores de la justicia y el amor. San Juan, en su primera carta, nos instruye: “Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado a nosotros en plenitud”, (1 Jn 4, 12). La Doctrina Social de la Iglesia se construye sobre ese principio del amor recíproco, que nace del amor y gratitud a Dios y se refleja en nuestra vida social.
En el plano social, la gratitud se convierte en solidaridad. Nos identificamos con los otros y nos hacemos responsables de participar en su desarrollo, porque todos nos reconocemos responsables de todos. Como señala el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, el servicio de los cristianos en los diferentes campos de actividad de la vida social son expresión de: “la verdad de la doctrina social de la Iglesia, que encentra su plena realización cuando se vive concretamente para resolver los problemas sociales”, (CDSI, 551).
La verdadera acción de gracias a Dios se debe manifestar en acción hacia los otros, en compromiso para ayudar a los desprotegidos y marginados de este mundo. La acción social, cultural, económica y política del cristiano tiene su fundamento en la fe que profesa y el amor al que estamos llamados a vivir. Un inicio en este camino es reconocer que el amor a Dios no sólo debe ser un sentimiento, sino que ha de expresarse en acciones de entrega generosa de nosotros mismos.
La Doctrina Social de la Iglesia nos propone dar gracias a Dios a través de nuestro servicio a los demás. Le inspira el mismo Evangelio de Cristo: “Lo que hicieres con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron”, (Mt 25, 40). Las enseñanzas de Jesús nos plantean: “El que no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve”, (1 Jn, 4, 20).
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Nélida Hernández
Consejo de Acción Socia Arquidiocesano