Contexto
El primer domingo de Cuaresma decíamos que las primeras lecturas de los domingos de este ciclo nos llevarían por el camino de la historia de las alianzas que Dios hizo con la humanidad a través de la historia de la salvación. El primer domingo vimos la de Noé, el segundo la de Abrahán y el tercero la de Moisés. El pasado domingo la lectura de 2 Crónicas hacía un resumen y apreciación histórico-teológica de ellas, abriendo el camino a la repatriación por parte de Ciro de Persia, cumpliendo lo profetizado por Dios a través de Jeremías, que hoy nos anuncia una alianza nueva y más profunda que las pasadas (Jer 31,31-34). Esa alianza nueva ha sido fruto del sacrificio de Cristo, reflejo de su amor obediente u obediencia amorosa al Padre (Heb 5,7-9). Tan fuerte ha sido el amor de Jesús, que ha hecho de su sacrificio parte de su misma glorificación (Jn 12,20-33) que está en su pasión junto con su resurrección, no sólo en la última.
Reflexionemos
La infidelidad de pueblo de Dios ha sido repetitiva. Y no sólo de Israel, sino de toda la humanidad. A esa dureza de corazón, ha respondido Dios con el deseo reiterado de hacer alianza con la humanidad, como reflejo de su incansable misericordia. Esta vez lo promete por Jeremías: “Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones”.
La breve lectura de Hebreos nos deja claro que Jesús intercedió por nosotros obedeciendo al Padre hasta el extremo del dolor, pero no traicionó el amor del Padre. La nueva alianza, es también eterna, porque no sólo ha sido escrita en nuestros corazones, sino porque primero ha sido sellada en el Corazón de Jesús (por eso ya no es transitoria como las anteriores, por más que fallemos nosotros), intercediendo por toda la humanidad, incluso por todo el universo. Esta alianza va de Corazón a corazón.
En el pasaje evangélico de hoy, Jesús profetiza su muerte y la resurrección con la metáfora del grano de trigo y exterioriza algo de lo que veremos en Getsemaní y de lo que nos decía la lectura de Heb, pues su alma está agitada de angustia. Suplica al Padre y Éste deja oír su voz otra vez, como un trueno.
Los truenos asustan a alguna gente y en la alianza del Sinaí, fueron muchos los truenos que oía el pueblo, cuando Moisés subió a hablar con Dios y temieron (cf. Ex 19,16). Esta vez el pueblo no se atemoriza, pero, igual, dentro de poco Jesús subirá al Cenáculo para sellar su nueva alianza de manera sacramental y luego al Calvario para sellarla con su sangre. Se acerca el cumplimiento del oráculo de Jeremías sobre la nueva alianza y los “truenos” del Padre lo anuncian.
A modo de conclusión
La idea no es que nos asustemos, pero los truenos lo anuncian. Se acerca una vez más la conmemoración del inicio de esta nueva Alianza sellada con la sangre de Cristo. Muchos que la celebraron hace dos años ya no están con nosotros. Algunos como efecto de la pandemia, otros por otros motivos. Pero a los que aún estamos nos toca responder al llamado del Padre este año; ¿pensamos renovar esa Alianza desde nuestro corazón al Corazón de Dios? Esa alianza debe hacerse vida en nosotros, viviendo como al estilo de Jesús: “El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna.”
Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes
Para El Visitante