Es una pena cuando la pareja cae en el hábito negativo de “darse las sobras”. Ya pasó la chulería inicial, que era como el dulce para la abeja. Otras personas, otras obras, merecen más la atención de esta pareja negativizada. Es lo que de broma decía uno. Hablando de las etapas del matrimonio: “Al principio me gustan todas, luego una menos todas; luego todas menos una”. Y claro, son las bromas en que el objeto de la chanza es la mujer.
Se dice en broma. En lo profundo reside una verdad. Uno se acostumbra incluso a lo maravilloso. Como el que toda la vida ha nacido y vivido ante un paisaje de película, que de repente descubren los turistas y se llena de visitantes. Pero a él no le impresiona lo que vive; y se admira de que venga tanta gente. Y cae en “me gustan todas menos una”. La pareja ya no reclama su lugar especial, porque se acostumbró a verla segundona; ni él tampoco ve razón alguna para darle esa preferencia. Por eso come las sobras. El príncipe azul que esta joven buscaba, y encontró, ya no es el tono de azul que a ella le encantaba.
El hábito bueno, al contrario, exige que la preferencia sea siempre mi pareja. Sin duda que estoy abierto a toda persona. “A todo ser que cruce tu camino dile: ‘Yo soy tu hermano’”. Pero el primero, o la primera, es mi cónyuge. Los antiguos lo formulaban: “la caridad bien ordenada comienza por casa”. No puedes ser luz de la calle y obscuridad de la casa. Me contaba una esposa: “Mi esposo en la calle y con los amigos es el sociable, el que trae los mejores chistes; llega a casa y se hunde en la mudez y en la soledad. Ya la situación me desespera”.
Cuando el cónyuge lo que reserva para la otra parte es lo que le sobra, me recuerda la historia de Caín y Abel. Ambos querían ofrendar a Dios. Pero Caín le ofrecía los frutos inservibles, podridos; Abel le ofrecía al Señor lo mejor de sus rebaños. Y el humo de la ofrenda de Abel llegaba al cielo, pero el de Caín se dispersaba sobre la tierra. Dios le mostraba su desagrado de esta manera. Es el mejor ejemplo para el cónyuge con este hábito negativo.
San Pablo les decía a los maridos “Amen a su esposa como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella… Así tienen los maridos que amar a sus mujeres, como a su cuerpo. Quien ama a su mujer se ama a sí mismo; nadie aborrece a su propio cuerpo, más bien lo alimenta…”. El número uno para cada pareja debe ser su propio cónyuge. Nosotros lo expresamos de otra manera: el primer sacerdote, el primer psicólogo, el primer enfermero… es tu pareja. Luego buscamos a otros, que serían el dos o el tres.
En la mesa del antiguo campesino, comiendo junto a varios de sus hijos, la esposa le servía primero a él, y la mejor presa del pollo. Al volver del trabajo es gratificante que abraces a los hijos, pero el mejor beso y abrazo debe ser para la mujer. En el baile corres el peligro de recogerte inmediatamente con los panas a la cháchara y dejar relegada a tu mujer todo el baile. Fallo. No se puede evitar “los nenes con los nenes, las nenas con las nenas”, pero los momentos especiales conviene que te vean con él o con ella. Y si ella te permite un baile con otro familiar sería después que las mejores piezas sean con ella. Emocionalmente no hay peor sensación que sentir ante un grupo que uno sobra, que nadie sale al encuentro para saludarte o darte la bienvenida. Si uno siente que sobra, las ganas son de largarse del lugar. Que un cónyuge viva con esa sensación ante la valoración de su pareja es terrible desgracia. Y corremos el peligro de largarnos y liberarnos de ese malestar. En otro momento te hablé de que tu cónyuge es number one. Que se sienta siempre la preferida, el preferido. Amén.
P. Jorge Ambert, S.J.
Para El Visitante