La frase lanzada a la humanidad por el Señor Jesús es un muro de contención para que el egoísmo y el éxito momentáneo no conviertan al ser humano en puro buscador de tesoros opulentos. El enfoque económico y materialista es una fiebre que quema todo intento de ver el horizonte de un todo que es libertad y sosiego en los días del fracaso y la hecatombe.
El delirio de las monedas consume la mirada caritativa y la convierte en sofisma, en pequeño eslabón de una cadena que se extiende más allá, que pasa por encima de la pobreza de muchos y los califica de “allá ellos” sin misericordia y sin amor. Todo el pensamiento de nuestros días está matizado de ganancias por lo regular excesivas, por la devastación de la naturaleza, por el olvido ecológico.
Esa constante del susurro del éxito humano queda plasmada en el currículo escolar, en la enseñanza hogareña, en la conversación diaria. Amar y servir pasan a ser estrategias fallidas, sermón dominical, afrentas modernas. Desde la infancia se lanza el propósito de vivir que implica una astucia propia de los mercados bursátiles, que son pozos de petróleo, paredes de mármol.
Pan y palabra santa convergen en las mentes de los que se sitúan en las penurias ajenas que son el reflejo de la humanidad postrada. La injusticia acapara bienes, destruye afluentes de vida, convoca a la guerra. Ese desequilibrio planetario permanece intacto mientras los gigantes de las finanzas diluyen sus bienes en pasarla bien, estructuran paraísos, cantan la victoria del sueño planetario.
Equilibrar las virtudes humanas y cristianas no es un canto de sirena sino una verdad que amarra el instinto de poseer para que no se precipite risco abajo. La fraternidad humana amplía el anhelo de dominar la tierra sin desplazar a los demás y someterlos al exilio y a la búsqueda de refugios en países más afluentes. La emigración forzada es indicativa de que la riqueza está mal dividida, un mal que saca lágrimas y lamentos.
La actitud de guardianes unos de otros marca el proceso de instauración de una mentalidad que sea de abrazo y no de repudio. Impedir el progreso humano trae como consecuencia la enfermedad del ocio, la mente negativa, la criminalidad que se convierte en látigo y miedo. Hay atrasos sociales cuando un sector privilegiado se queda con el botín mientras los marginados lloran sus penas a orillas del ojalá con alas.
Haití sigue siendo un País cerca del dolor y los golpes de estado. A orillas de su pobreza, sin una vacuna contra el Covid, clama por ayuda. Esa tierra azotada por la pobreza, los terremotos, y la pandemia constituye una parábola de realidades vivas. La ayuda es necesaria la solidaridad es básica. Haití necesita pan y abrazos solidarios. Está tan cerca y tan lejos…
P. Efraín Zabala
Para El Visitante