Fue el 23 de abril de este año cuando mis hermanos y yo tomamos la difícil decisión de llevar a mi madre, de 85 años, a un lugar de cuidado permanente. Con un deterioro físico notable, se puede apreciar que los brazos fuertes que nos arrullaban, hoy tiemblan; la mirada que nos protegía, hoy son unos huecos confusos y temerosos; la seguridad que salía de sus labios, hoy muestra confusión; quien en nuestra infancia “improvisaba” estrategias para darnos de comer, hoy precisa que le cortemos la comida en trozos pequeños; quien con fortaleza nos gobernaba, hoy apenas puede caminar, y mucho menos subir la escalera si no le damos nuestro brazo como apoyo. Aquella que nos sostenía, que era como un “roble”, ahora depende de nosotros.

Aunque a diario añoro que llegue el día de visitarla, tengo que reconocer que se va cerrando un ciclo, bello y triste a la vez; como la vida misma. Ver a nuestros mayores envejecer es asistir a su lento ocaso, y que la ecuación de la protección se invierte. Y así, quienes antes cuidaban de nosotros hoy necesitan de nuestros cuidados. Es la curva de un proceso vital en la que pasamos de ser cuidados a ser cuidadores.

Pensar en la decadencia de nuestros padres angustia, confunde y entristece. Nos enfrenta con nuestra propia finitud. A muchos nos cuesta acompañar la vejez y el deterioro de quienes nos dieron la vida. Sin embargo, es importante saber encontrar el equilibrio que, aunque algo complejo, es necesario.

Son muchas las posibles combinaciones de cómo hacer frente a la decadencia de los nuestros. No obstante, son básicamente tres:

•ser hijos sobreprotectores, e hipotecar nuestras vidas.

negar el proceso, y tomar distancia afectiva.

•intentar, con un sano equilibrio, acompañar amorosamente esta etapa de sus vidas… y de las nuestras.

Podemos ser los protagonistas centrales en los últimos años de la vida de nuestros padres, y saborear sus pasos, no sin dolor, pero sí con satisfacción. Es necesario reconocer que el malestar y nuestras expectativas son siempre la diferencia entre lo que deseamos y lo que ocurre. Y claro que queremos que la muerte no exista, y seríamos muy felices si la vejez no fuera parte del ciclo vital. Pero las cosas no son como queremos, y tenemos la oportunidad de poner en práctica aquello que nuestros padres debieron enseñarnos: a no frustrarnos, a manejar los conflictos, y a luchar contra la adversidad. Si podemos lograr esto, todo dolerá mucho menos.

Y, si mis padres me hicieron sufrir: ¿cómo hago para cuidar de ellos con amor? He aquí uno de los puntos más difíciles, cuando el vínculo fue difícil y complejo, y el amor esencial caminó, pero solo en un segundo plano.

Ciertamente, hay padres y madres que hacen lo mejor que pueden, pero también debo decir que hay padres que no han podido, sabido, o querido ser amorosos. Si ese es el caso, hay que hacer notar que la conducta humana siempre es un enigma. En ella nunca habrá respuestas lineales, o estáticas; sino cambiantes y dinámicas. Todos los seres humanos intentan dar lo mejor de sí mismos, y nuestros padres han sido lo mejor que pueden ser, aunque a veces creamos que no han hecho lo suficiente. Y si los hijos han sufrido mucho, es sumamente complejo pedirles a ellos que los amen, y que retribuyan aquello que no han recibido; y les acompañen en la lenta disminución de sus fuerzas físicas, anticipo de su peregrinación a la casa del Padre.

Siempre será importante saber que cuando el pasado grita, el presente se hace sombrío. Siendo así, es de primordial importancia solucionar las cuestiones pendientes cuando ellos viven, porque con las lápidas no podemos resolver ni gestionar conflictos. De lo contrario, el pasado nos vendrá encima si lo posponemos, y la muerte de nuestros padres nos sorprenderá antes de que resolvamos las diferencias.

Pero más allá de esto, quisiera sugerir cómo conducirse frente a esta dolorosa realidad. Es por ello que recomiendo:

• Paciencia:  tanta como deben haberla tenido con nosotros cuando éramos pequeños. Si no se acuerdan de las cosas, si tardan más de la cuenta en vestirse, si son torpes con sus quehaceres, etc.

• Creatividad: buscar estrategias para enfrentar esta nueva realidad. Ej. hallar momentos de encuentros, disfrutar de aquello que se pueda, preguntar todo lo que queremos saber de nuestra historia, etc.

• Capacidad de poner palabras a nuestras emociones:  detrás de la furia está escondida la tristeza. Identificar, si es una u otra, nos permitirá actuar en consecuencia.

• Sentido del humor: el humor tiñe la vida de una paleta de colores maravillosa.

Cuidar de nuestros padres es empezar a decirles adiós; y devolverles con amor algo de lo que de ellos hemos recibido. Tenemos la posibilidad de ser protagonistas de los últimos años de la vida de nuestros padres. Es una “gracia” para ellos y para nosotros. La muerte existe y entristece, y si es la de nuestros padres más aún. Esta experiencia se hará menos tortuosa si podemos cerrar de forma saludable los desafíos que la vida nos va poniendo en el camino. Al final, la vida es un camino de fe, no importa si eres cuidador o eres cuidado.

(P.  Ángel M. Sánchez, PhD)

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