No me canso de repetir en nuestros talleres de Renovación Conyugal que en el matrimonio se te invita no a un contrato para compartir algo tuyo, sino a compartir la vida. No al derecho a los órganos sexuales del otro, a su dinero, su profesión, su belleza o inteligencia. Es a una totalidad, con lo bueno y lo malo del paquete. Si el matrimonio consistiese en compartir un fin de semana, gastos pagos, ¿en Culebra con una compañía agradable… a quién no le gusta eso? Es a más. Es a una entrega de toda tu persona, con tus maravillas y también tus defectos, con el gozo del encuentro inicial, y la aburrición de repetir miles de veces lo mismo. Y para eso hay que tener personalidad y carácter.
Alguno se cree que, si funciono bien sexualmente, si no tengo inclinaciones sexuales diferentes, ya puedo casarme. Tremendo error. Por eso en Puerto Rico hay muchos apareamientos, pero pocos matrimonios. Hay gente que, por sus condiciones sicológicas, manías, errores, incomunicación… no están aptos para un verdadero matrimonio. Tu no empujas a un tísico a jugar baloncesto, por más que el juego le encante y le atraiga; se te muere en los primeros minutos. El pobre que se quede viendo los juegos del NBA por televisión; solo da para eso.
Ilustra mucho el punto el famoso mito griego sobre el comienzo de la humanidad. El humano, dicen, era hermafrodita: el mismo ser portaba los dos sexos… Pero por un pecado inicial los dioses partieron en dos a ese animal y lanzaron los pedazos por el mundo. Desde entonces la tarea es tratar de encontrar el pedazo correspondiente. Si me empeño en forzar un pedazo en otro, sin ser el equivalente, se destroza todo el animal. Como cuando te empecinas en clavar en la pared el clavo mal orientado; terminas rompiendo la pared o quedando el clavo por fuera. La alegría consiste en encontrar el pedazo que va. ¡Porque estaban hechos el uno para el otro!
Esa es la tarea del noviazgo: conseguir al otro con quien se logra una obra de arte, con quien compartimos todo lo que somos, ¡porque ese es el que es! Un noviazgo muy corto en tiempo puede malograr el intento. Pero tampoco el de muchos años, pues lo triste es que, “probando es como se guisa”, en el noviazgo siempre quedan algunas esquinas que no han podido ser totalmente comprobadas por si son las que van. Algunos lo intentan con la convivencia sexual que, al parecer, tampoco suple la deficiencia. Pues la estadística dice que también son muchos los divorcios después de haber convivido.
En la vida espiritual decimos que la máxima es: “salir de su propi amor, querer, e interés”. Lo mismo se ha de aplicar cuando se entra en el matrimonio para compartir todo lo que se es, compartir su vida. En este sentido se aplican las palabras de Jesús “el que quiera salvar su vida la perderá, el que la pierda por mí la salvará”. Porque entender así la vida matrimonial ayudará a aceptar los sacrificios propios de personas que son diferentes, por más que se quieran adaptar el uno al otro. Las diferencias persisten, ¡viva la diferencia”, pero uno las verá como ganancia no pérdida. Mi ser se realiza en la medida en que pierdo mi vida para que el otro la consiga. Y esto pensarlo y realizarlo recíprocamente. El matrimonio es un juego de ping-pong en que uno sirve y el otro responde. Así prosigue el juego, sigue la emoción. Lo contrario es iniciar el matrimonio con mentalidad machista, o feminista que es igual. Entrar con la mente de que la otra persona está ahí para satisfacer mis necesidades o antojos. Es compartir vida de parte y parte. Es conseguir una suma de dos sumandos diferentes que culminarán una suma maravillosa; ¡realizar el diseño divino del arquitecto del matrimonio, el divino Creador!
- Jorge Ambert, S.J.
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