Conocemos a ciertas personas cuyas imágenes se han deteriorado de tal modo, que difícilmente se limpien ni con el auxilio de las mejores agencias de publicidad, ni de los más famosos cirujanos plásticos ni los más finos o elaborados maquillajes.  ¿De qué valen los manejos oportunistas destinados a modificar la epidermis, si corazón adentro todo vuelve a las antiguas aberraciones?  Parece que el remedio podría encontrarse en el arrepentimiento, el propósito de enmienda, la reparación de perjuicios y un profundo cambio de actitudes, es decir, en la sincera conversión.  El mero cambio de máscaras sólo contribuye a complicar la fea maraña existencial.  El defecto no está en la cámara, sino en el sujeto desfigurado.

 

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El profesional de la gran urbe se sentía hondamente insatisfecho con el ambiente y con el estilo de vida que había seguido después de entrar en la adultez.  Le urgía la salida inmediata de aquella jungla acerada y asfixiante.  Abruptamente, y sin avisar a sus parientes y amigos, huyó hacia los senderos de las montañas que lo llevarían lejos, muy lejos del infierno metropolitano.  Enfiló rumbo al mediodía y penetró en los laberintos del bosque inmenso y silencioso, cuya fragosidad servía de dosel y murallas naturales.  El caminante sabía a dónde se dirigía su marcha febril.  A lo largo de las veredas compartió con otros viandantes, encontró ríos, lagos, descampados, montes, páramos, parques nacionales, monumentos, fauna y flora variadas…  Pero todavía le acompañaba el desasosiego que se había apoderado de su espíritu antes de la partida.  Meditando y escudriñando, descubrió que huía de sí mismo.  Podría haber recorrido los mares y continentes, más continuaría perdido en medio de la espantosa incertidumbre.  Unos excursionistas encontraron su cadáver en la casa de campaña.  Se desconoce la causa de su muerte.  Parece que había llegado al destino físico que se había propuesto en la caminata. Nadie conocía el nombre verdadero del transeúnte anónimo, hasta que los investigadores rehicieron su historia pedazo a pedazo.

 

Aníbal Colón Rosado 

Para El Visitante

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