Su ausencia es sinónimo de sosera, carencia de gracia o un alimento sin vida. Su exceso es sinónimo de riesgos mortales para la salud con condiciones fatales de top 5 en Puerto Rico y el mundo. Sabor caracteriza las balanzas justas de este ingrediente esencial para toda cocina y sobre todo para los postres. Se trata del azúcar. Pero al final, cualquier exceso en la vida implicará una factura a pagar.
“¿Café negro y puya? ¡Eso es para locos!”, me dijo un amigo al verme con un pocillo “ralito” al compartir el coffee brake. Aludía a que lo amargo -como el dolor y el sufrimiento- hay que evitarlo o huir de él, mientras vertía una pequeña loma de azúcar en cuchara grande -como si fuera placer- a su taza bien endulza’. Recordé y le compartí el consejo del buen cafetalero de profesión en la guardarraya entre Lares, Adjuntas y Utuado que me vendió que, para apreciar mejor la esencia del fruto, había que consumirlo así: negro y puya. “¿Estas de penitencia?”, repicó con ánimo imprudente y jocoso.
Parece efímero y hasta suena a aguafiestas, pero es de todos conocido que la abundancia de los dulces coloridos y postres azucarados lleva consigo un efecto dominó de secuelas adversas para la salud al provocar diabetes, daños al riñón, al corazón, a los ojos y evidentemente es clave para el aumento de peso. La literatura médica señala a la saciedad que el azúcar, al igual que muchas drogas, puede resultar muy adictiva porque dispara dopamina al cerebro. ¡Y no hemos mencionado el alcohol y los refrescos!
Ante la propuesta comercial de una sobredosis azucarera que amenaza mañana, tarde y noche, ¡y las meriendas pendientes!, es mejor aplicar la prudencia, ese ser responsables al cuidar nuestro cuerpo que es templo del Espíritu Santo y ser amable con uno mismo. Por ello, en vez de unos Tres Picachos de azúcar a los cafés mañaneros, mejor unos terroncitos para las tazas para un futuro más saludable. Como dicta el minimalismo aplicado a este caso menos es más, o por lo menos parafrasearlos un poco, menos azúcar es mejor. La contrapropuesta del exceso implica un daño irreparable.
Enrique I. López López
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