“Mi Señor me ha dado una lengua de discípulo, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me despierta el oído para que escuche como un discípulo”, (Is 50, 4).
Durante estos 4 meses del paso del huracán María por Puerto Rico, son muchos los servidores de las diferentes comunidades y parroquias, que se han dedicado día a día a ofrecer asistencia en diversas tareas. Muchos brindando una palabra de aliento y un oído presto a su prójimo, así como nos invita a hacer el Señor. La situación vulnerable en la que se encuentran tantos hermanos, nos lleva a sumergirnos en el proceso de ayuda tanto física como emocional, espiritual y mental. Sin embargo, en esta etapa del proceso es común ver a muchos cuidadores y personal de primera respuesta mostrando indicios claros de agotamiento, frustración e incluso sufrimiento similar al de las personas a las que ayudan. Este comportamiento es algo de lo que no se habla, pero es evidente cada vez con mayor frecuencia y se conoce como fatiga por compasión.
“Tú dices: ¡Ay de mí!, que el Señor añade penas a mi dolor; estoy agotado de gemir y no encuentro reposo”, (Jer 45, 3).
La fatiga por compasión es el enfrentamiento de consecuencias sicológicas negativas durante la exposición a las experiencias traumáticas de las víctimas a nuestro cuidado (Shauben y Frazier, 1995). Se manifiesta a través de comportamientos y actitudes claramente identificables tales como cansancio, apatía, irritabilidad, problemas gastrointestinales, dificultad para concentrarse, flashback relacionados a los eventos o las experiencias que nos han narrado. Una persona que está padeciendo fatiga por compasión pudiera incluso perder la capacidad de atender a sobrevivientes y víctimas con empatía, esperanza y una respuesta compasiva. Evadir ir al trabajo, o responder llamadas son comportamientos típicos de esta condición, así como distanciarse de las personas a quienes se debe ayudar. En el peor de los escenarios, se pudiera llegar a dar un intercambio de roles con los sobrevivientes o víctimas a quienes se da servicio.
Como se nos refiere en 1 Cor 19, “nuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo”. Por tanto, como servidores, cuidadores y gente que presta ayuda necesitamos tomar en cuenta nuestro propio bienestar. Si no estamos en óptimas condiciones no podremos asistir a quienes nos necesitan. Hemos de tomarnos tiempo para distinguir entre lo que podemos hacer y el establecimiento de los límites necesarios. Es importante evitar colocar nuestras propias necesidades en último lugar, ya que de esa forma no seremos efectivos.
La Green Cross Academy of Traumatology (entidad internacional sin fines de lucro que brinda asistencia y capacitación en estos aspectos), expone la importancia de reflexionar y reconocer cuando la energía se está agotando e identificar actividades para recuperarla. Recomiendan:
• Mantener una vida de oración.
• Alimentarse y descansar apropiadamente.
• Pasar tiempo con familia y amigos.
• Ejercitarse, socializar y disfrutar la vida.
• Ser responsable consigo mismo.
Como servidores y gente llamada a vivir en comunidad hemos de fortalecer prácticas y conocimientos que nos permitan brindar apoyo de una forma asertiva, segura y prolongada. Son cada vez más los hermanos que requieren nuestro apoyo. La clave de la asertividad en el servicio es la alegría y para estar alegre, hay que sentirse bien.
Si usted interesa información adicional o tiene alguna pregunta respecto a este tema, puede comunicarse a la dirección electrónica sandraivettecruz@gmail.com.
Dra. Sandra I. Cruz – Martínez
Especialista en Liderazgo, Consejería Profesional y Trauma
Secretaria de la Comisión de Catequesis de la Diócesis de Caguas