La vida y obra del Beato Carlos Manuel Cecilio Rodríguez, a la luz de este Año Extraordinario para la Misión, tiene mucho que decir a los puertorriqueños para inspirar y fortalecer la misión de cada uno en cualquiera que sea su vocación.
Y es que, este apóstol laico hizo de su vida entera una misión expresada, tanto en los aportes y las iniciativas que tuvo en la Iglesia, en especial con el tema de la liturgia, así como en sus ofrecimientos más silentes y escondidos de la dolorosa colitis ulcerosa que desarrolló a los 13 años y que llegó a un cáncer terminal.
En entrevista con El Visitante, uno de los integrantes del Círculo Carlos Manuel Rodríguez, Pablo E. Negroni Clavel, expresó que, el Beato, desde pequeño tuvo una conciencia misionera y un fuerte deseo de que otros conocieran a Dios, “por eso compartía con su mamá y sus hermanos lo que iba recibiendo en su formación con los padres Redentoristas y las Hermanas Educadoras de Notre Dame, y catequizaba a sus sobrinos”.
En su época, a Charlie no le faltaron dificultades y retos que, en cierta medida, ponían a prueba su fe y su vida cristiana, pero precisamente ahí está lo que hoy también vale para los que saben que deben cumplir una tarea pastoral y evangelizadora: “El Beato nos enseña que la vida es misión para responder a la realidad que nos toca vivir, que, por nuestra condición de bautizados, debemos hacer creíble que Jesús es camino, verdad y vida, y ese mensaje debe llegar a todos”, mencionó Negroni.
Si los factores externos no fueron impedimento para comunicar la buena noticia del Evangelio, tampoco lo fue su enfermedad; una cruz que “llevó en silencio y que nunca fue excusa para cumplir su misión”, por eso, su apostolado mayor fue el testimonio de su vida en una permanente actitud de entrega y servicio.
No obstante, para vivir de esta manera, fue fundamental una relación íntima con el Señor desde la oración: “Tuvo una vida cristo céntrica; por eso brillaba tanto por su humildad, su sencillez y su caridad por los demás. Era un enamorado de Cristo Resucitado y quería compartir con todos el gozo de la salvación. Sin duda, por este motivo era que se decía de él que siempre había un brillo en sus ojos y una sonrisa”, añadió.
Movido por el Espíritu Santo, el Beato descubrió que la liturgia sería como su campo de misión a fin de que los fieles pudieran comprenderla, vivirla y celebrarla debidamente. El Círculo de Estudio de Cultura Cristiana y Liturgia, y el Coro Te Deum Laudamus son solo una parte de su trabajo y amor por la liturgia, y fruto de que “la clave de su espiritualidad era el misterio Pascual, y su misión incansable, la de anunciar el gozo de Cristo muerto y resucitado, una pasión que bien expresó en su tan conocida frase: “Vivimos para esa noche”, puntualizó. ■
Vanessa Rolón Nieves
Para El Visitante