(Homilía durante misa de envío de Escuelas Católicas 2019)

Qué hermoso es estar entre ustedes, queridos estudiantes. Su fuerza, su alegría, sus sueños, hoy contagian a la Iglesia y la hace verse siempre joven, siempre renovada, siempre misionera, siempre entusiasmada. […]

Y, ¿qué decía la lectura que hizo Jesús? La lectura decía lo siguiente: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”.

Les quiero hacer un cuento que nos ayuda a entender el Evangelio de hoy.

Había una vez un repartidor de agua. Las cargaba en dos grandes vasijas que colgaban a los extremos de un palo que él llevaba encima de los hombros, es decir, una en cada lado. Una de las vasijas tenía una grieta y botaba parte del agua, mientras que la otra era perfecta y entregaba el agua completa al final del largo camino a pie desde el arroyo hasta la casa de su patrón.

Cuando llegaba, la vasija rota solo contenía la mitad del agua. Por dos años completos esto fue así diariamente. Desde luego la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, perfecta para los fines para la cual fue creada; pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque solo podía conseguir la mitad de lo que se suponía debía hacer. Se sentía que cumplía su misión a medias.

Después de dos años la vasija con la grieta le habló al repartidor de aguas diciéndole: “Estoy avergonzada de mí misma y me quiero disculpar contigo”. ¿Por qué? le preguntó el aguador. “Porque debido a mis grietas, solo puedes entregar la mitad de mi carga. Debido a mis grietas, solo obtienes la mitad del valor de lo que deberías”.

El repartidor de agua se sintió muy apesadumbrado por la vasija y con gran compasión le dijo:
“Cuando regresemos a la casa del patrón quiero que fijes tu mirada, a la orilla del camino, donde crecen unas bellas flores ”.

Así lo hizo la vasija agrietada. Vio muchísimas flores hermosas a todo lo largo del camino. El repartidor de agua le dijo: “Te diste cuenta de que las flores solo crecen en tu lado del camino?; siempre he sabido de tus grietas, nunca te descarté, por el contrario, utilicé tus grietas para obtener algo bueno de ti. Cuando siembro semillas de flores a todo lo largo del camino por donde tú vas. Todos los días tú las has regado con tus grietas. Por dos años yo he podido recoger estas flores para decorar el altar de mi Madre y el del altar de mi iglesia. Si no hubiese sido por tus grietas, por tu imperfección, no hubiera tenido esa belleza de flores sobre su mesa, con tus imperfecciones adorno la casa y la iglesia”.

Eso mismo Dios hace con nosotros y quiere que nosotros lo hagamos con el amigo, con el compañero de clases, con el vecinito. Cada uno de nosotros tiene sus propias grietas. Todos somos vasijas agrietadas, el pecado nos agrieta. La pobreza nos agrieta. Pero aún así, no debemos descartar a nadie. Ni humillarlo, ni ignorarlo. Dios nos utiliza, con nuestras grietas para sembrar en el camino, para sembrar obras buenas que nos ayuden a embellecer el corazón humano, la sociedad y la patria. Dios utiliza nuestras grietas para decorar su mesa.

En Dios, todo ser humano vale; nada ni nadie se desperdicia. Pensemos en nuestras grietas, en las grietas del amigo, del que nos burlamos y aprovéchalas para sacar lo mejor de sí; nunca nos avergoncemos de las grietas del pobre, del que sufre, del que está enfermo, o no viste bien por su pobreza, o padece hambre.

Que el Señor les bendiga y les proteja siempre. ■

Roberto Octavio González Nieves, OFM
Arzobispo Metropolitano de San Juan de Puerto Rico

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