Con la Eucaristía, que es la que da al creyente la fuerza para mantener el testimonio de un mundo verdaderamente nuevo, abrimos la gratitud al Todopoderoso por haberle regalado a esta patria, hace cien años, a Mons Antulio Parrilla Bonilla.   Es un nombre que, como el de Jesús, levantó en nuestros compatriotas olas de simpatía o de rechazo.  Al conocerlo en profundo, simpatía; al analizarlo parcialmente y desde los prejuicios, rechazo.

 

Esta catedral recuerda hoy el culto más antiguo en San Juan a la Madre de Jesús en el cuadro de la Virgen de Belén, Virgen de la leche, precisamente en esos cuarenta días en que, parturienta, se purificaba y alimentaba a su hijo. Antulio la hubiese preferido como la de Hormigueros, pero es la misma Madre que alimentó la vida de Antulio y recogió su vida mortal en un día como hoy.

 

Se nos recuerda también en esta catedral a nuestro patrono el Bautista, señalando con el dedo al que brindaba salvación total al ser humano: ¡Este es el Cordero de Dios!  Decir “cordero” es decir sacrificio, por amor y para difundir amor; es decir sangre que no mancha, que redime; es decir luz, la que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Salvando las diferencias abismales de comparación con nuestro Divino Salvador, queremos decir en este año: Este es el cordero, Antulio, este es el hombre.  A el le aplicamos las palabras de Martí: “Cuando en un país hay muchos hombres sin decoro, siempre hay uno que tiene en si el decoro de muchos”.

 

Dedicamos este año a la memoria a nuestro compañero de fe Antulio Parrilla Bonilla. Tal vez Antulio no se sentiría cómodo con esta dedicación. No porque no la merezca, sino porque a si mismo, y ante Dios, se prometió no aceptar honores de nadie.  Por eso declinó el que le extendía la Universidad del Sagrado Corazón con un doctorado Honoris Causa.

 

Antulio vivió muchos niveles en su vida. Pero, como en la cebolla despellejada de capas, pocos llegaron al núcleo, que era su fe apasionada por Jesús Redentor, que fue motor de toda su actividad. Algunos le ven como el converso a la fe católica, viviendo como soldado en Panamá, obligado por el servicio militar. O lo ven como el cooperativista, que inspiró y fundó múltiples cooperativas, e instruyó al movimiento desde la cátedra, el libro, y desde su vida, a empaparse de la educación cooperativista, para no terminar como una actividad económica más. O lo ven como un agitador social desde una oficina del Arzobispado, sin reconocer que todo su esfuerzo caminaba alentado por la doctrina social de la Iglesia, que tantos papas habían ido perfilando a través de múltiples encíclicas. O lo ven como el nacionalista, que no daba su nombre a ninguna facción política, pero sí a la plenitud  libertaria de su patria.

 

Pero antes de resumir su vida con varias palabras claves, yo prefiero  verlo como un santo, un consagrado al amor del Corazón de Cristo. Sus enemigos buscaban en las fotografías la que le presentase dando gritos estentóreos en sus reclamos por la Isla, pero desconocían lo que sucedía en su corazón. ¡Los pobres! No conocieron al Antulio piadoso, que como un novicio, sacaba todos los meses un fin de semana para su retiro espiritual y oración más intensa. Al Antulio que en dos ocasiones hizo el mes de Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Ni conocieron al Antulio que, impedido del ejercicio de su sacerdocio, era aceptado en el santuario de Hormigueros como humilde vicario para confesar, atender enfermos, celebrar la Eucaristía, o escribir un libro sobre recuerdos de la Virgen. O desconocen, sobre todo, el que hayamos encontrado entre sus papeles el hecho de que ante Dios realizó una promesa y voto heroico de ser víctima, es decir, en sus propias palabras:

 

“Aceptar y nunca rehusar deliberada y voluntariamente cualquier sacrificio grande o pequeño, espiritual o físico – bien sean arideces o desconsuelos en la oración; como dolores o enfermedades; calumnias o maledicencias; o trabajo arduo o inactividad…, que se me ofrezcan en la vida;  Siempre que sea clara la voluntad de Dios en estas u otras materias, como será cuando vengan de El mismo directamente, de mis superiores, o de los hombres, queridas o permitidas por El”. Dejo para otro momento los pormenores de este tipo de voto religioso, que muestra en el que lo realiza un grado superior de unión con Dios.

 

¿Cómo sintetizar, en palabras claves, el impacto de Antulio en nuestra vida? Vivió como una roca, y lo era.  En una tierra de muchos flojos, aceptó sus convicciones con la firmeza del monte ‘Piedra Chiquita’ en Coamo.   A el aplico las palabras que Jesús pronunció con fuerza hablando del Bautista, figura principal en los evangelios de estos días: “¿Qué salieron Uds. a ver en el desierto?  ¿Una caña agitada por el viento?  ¿Qué salieron a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido?  ¡No!  Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes.  Entonces ¿a qué salieron?  ¿A ver un profeta?  Sí, lo aseguro, y más que un profeta.”

 

Vivió como una roca, y lo era. Antulio sobresalió por su rudeza franca. Insobornable es la palabra. Sus convicciones no estaban en venta. Aunque fuesen convicciones ingratas para los que le rodeaban. Fue roca en el trato a si mismo: luchó contra el consumismo con una vida de sobriedad máxima, y ya en sus últimos días en actitud de despojo total.  En su testamento, al disponer de los bienes que tuviera, afirma que cede a la Compañía de Jesús “Cualesquiera fondos que me correspondan del Seguro Social Federal de los E.UA.,  de los cuales nada he percibido hasta el día de hoy y no tengo intenciones de percibirlos en vida”.  Vivía bien consciente de que le vigilaban, como perros, las agencias de represión, mas no le contaminó la amargura.  Su sentido de humor y su carcajada estentórea, con sabor a libertad, no se la mataban.  Y pensaba lo de Don Quijote “si ladran, Sancho, es porque estamos caminando”.

 

Vivió como una espina y lo era. Las consecuencias lógicas de su pensamiento, que le llevaron, como a Don Pedro, a la inmolación, le costaron los dolores más agudos: el escándalo e incluso el rechazo solapado y abierto de sus mismos hermanos creyentes, y de tímidos pastores.  Se buscaron todas las presiones canónicas para callarlo por importuno, exagerado, imprudente.  De la forma más diplomática y pausada se le dejó sin grey, sin oficio, sin sustento.  Incluso en anuncios de prensa se le presentó como predicador de odio, en contraposición al Papa Pablo VI que predicaba amor. Ironía dolorosa, ya que sus posiciones las defendía como una aplicación de la doctrina social de la Iglesia que ese mismo Papa enseñaba.  Y cuando en las cuestiones radicales de su fe también fue roca insobornable y obediente fiel al Papado. Pero no era el odio su motor, sino el amor.  Por eso declara en su testamento “Hago constar, delante de Dios Justo, que pido perdón a cuantos de palabra, pensamiento, acción u omisión haya ofendido y dejado de servir.  Asimismo declaro que hace tiempo, Dios lo sabe, he perdonado a cuantos de algún modo haya yo recibido ofensa o agravio”.

 

Vivió como una espina y lo era. Por eso, después de tantos años de zarandeo múltiple, no quiso ya participar en piquetes, marchas o conferencias diletantes. Si le llamaban a la acción, iba; si era para un piquete, no gastaba tiempo. Si se organizaba el plantarse en la línea de fuego del Navy en Vieques, estaba dispuesto; no para una marcha más. Dentro de su fe era espina que animaba con fuerza a la verdadera misión de la Iglesia: ser servidora del hombre.  Por eso, cuanta menos parafernalia hubiera en el camino, mejor. Si hubiese sido poeta, que no lo fue, se hubiese apropiado las palabras de su hermano Obispo Casaldáliga:

 

“La curia está en Belén,

y en el Calvario la basílica mayor…

Es hora de enfrentar al nuevo imperio

con la púrpura antigua de la pasión.

Deja la curia, Pedro,

desmantela el sinedrio y la muralla,

ordena que se cambien todas las filacterias impecables

por palabras de vida temblorosas…”

 

Vivió como un nacionalista, y lo era. Se le quiso enmarcar en alguno de los grupos libertarios del país. Se le vigilaba y acosaba como a un Machetero. Le creían comunista, porque aceptaba invitaciones del PSP y saludó a Fidel Castro. Nacionalista, porque quemó tarjetas del servicio militar en Lares. No prestó su nombre oficialmente a ninguno, porque quería estar con todos. En el fondo de su corazón era nacionalista. No solo como admirador del heroísmo y sacrificio de Don Pedro y sus seguidores en aquella encrucijada histórica tan única, sino porque sentía el compromiso profundo por todo lo que fuera de esta patria.

 

Si nacionalismo es la patria organizada para su liberación, eso era Antulio. Y el mismo se definía en uno de sus artículos: “Por eso el suscribiente es cristiano y nacionalista, ante todo y por encima de todo”. Nacionalismo que no desprecia a los seres de otras patrias, por el mito de una raza superior. Nacionalismo que no se cultiva en odio al otro, sino en el amor al propio.  Nacionalismo que exalta orgulloso lo nacional, porque lo contrario sería despreciar al Dios que creó esa diferencia.  Porque patria es la gente, sí, la gente, sobre todo.  Pero también la loma y la quebrada, y la escuela donde eché mis raíces, y mis versos, y mis bailes y rezos, y mis recuerdos y mis amores localizados en tiempo, espacio y geografía.  Y patria son también los valores, entre los cuales sobresale el orgullo por lo mío, y la responsabilidad por mi presente y mi futuro, sin delegarle esa responsabilidad a nadie. Por eso, al que quiera encajonar a Antulio en sectas, le digo: Fue de corazón nacionalista.

 

Vivió como un creyente, y lo era. Fue su mejor marca de fábrica. Criado en una familia de varias convicciones religiosas, con vocación a la tolerancia y al ecumenismo, sintió en  edad adulta -siendo un soldado más, compelido por el imperio- la llamada de Jesús Salvador a su servicio.  El Corazón divino le enamoró.  Y decidió vivir con pasión su Catolicismo.  Por eso más tarde, en las pruebas y vicisitudes, mantuvo su compromiso con el único que le ataba: Jesucristo.  Le podían impedir hablar o escribir.  No le podían matar su libertad de creyente.  Ni le podían liberar de la única cadena que besó: la de siervo del Corazón de Jesucristo.  Se quedó sin cátedra y sin grey, pero con más tiempo para la reflexión y la oración, para el cultivo de sus vivencias místicas.  No tenía otro motivo para ser espina. Escribía el: “Si denuncio y condeno la injusticia, es porque esta es mi obligación como pastor de un pueblo.  El Evangelio me impulsa a hacerlo y en su nombre estoy dispuesto a ir a los tribunales, a la cárcel y a la muerte”. Y se la dieron en vida.

 

Y como era roca, deseó lo que parece duro como creyente: hacerse sacerdote.

Y como era espina, se dedicó en el ministerio al pueblo más sufrido.

Y como era roca, deseó ser misionero en Oceanía, o luego de obispo, ser enviado a Guatemala – lo que nunca le concedieron, porque era espina.

Y como era roca y espina, no se contentó con el sacerdocio, sino que más adelante pidió ser admitido de jesuita; porque en ese momento entendió que los únicos que se dedicaban con excelencia a profundizar y difundir la doctrina social de la Iglesia eran los jesuitas.

Y como era nacionalista y creyente, quiso servir en la difusión del espíritu cooperativista en el país, viendo en el la salvación económica, y la mejor salida del encierro de un capitalismo crudo.

Y como era creyente, aceptó la llamada a ser obispo, no como honor, sino como servicio a la incipiente diócesis de Caguas, necesitada de mucho trabajo recompensado con penurias.

Y como era nacionalista, abrió la boca para aplicar su fe en Jesús al futuro social y político de este pueblo.

 

He ahí la figura de Antulio. Un hombre de Cristo, de la Iglesia, de nuestra patria, y un amigo de Dios. Casi 75 años de vida a la patria. 27 en vida de familia y búsqueda de su vocación final. 11 como sacerdote diocesano, ayudante del Obispo y fundador de la parroquia San José en los vecindarios pobres de San Juan. 8 como jesuita y encargado de la Acción Social Católica. 28 como Obispo Auxiliar de Caguas, itinerante y compañero de la patria desvalida. Antulio Parrilla Bonilla: roca, espina, creyente, nacionalista.

P. Jorge Ambert S.J.

Para El Visitante

LEAVE A REPLY

Please enter your comment!
Please enter your name here