Me atrevo a compartir con ustedes una profunda experiencia matrimonial, vivida por una de nuestras parejas después de haber pasado por una situación de desastre total. Me recuerda el cuerpo de Jesús, destrozado por la Pasión, glorificado, joven y vencedor en la Resurrección.

Fontana de Trevi en Roma, hace varios años… Fue un viaje especial e inesperado, pero habría tenido un importante significado para nosotros. Llevaba en el bolsillo derecho de mi pantalón la sortija de bodas, que no había sabido valorar como debía, pero que por alguna razón seguía ahí. Esperaba que este viaje sirviera para sacarla del pantalón y devolverla al lugar al que pertenecía. Esperaba así descargarla de mi conciencia, donde pesaba más. Pero antes sentía necesidad de limpiarla; mucho lodo la había ensuciado. Devolverla así sería como fallarle una vez más.

Me adentré en la hermosa Basílica de San Pedro, teniendo que abrirme paso entre la multitud. Le había pedido a ella que me esperara unos minutos en la entrada, mientras yo completaba mi misión, desconocida por ella. Finalmente, encontraba el lugar apropiado, la pileta tenía agua esperando mi llegada. Saqué la sortija de mi bolsillo y la sumergí con un poco de temor de que alguien me llamara la atención. La saco humedecida, aunque por todo lo demás lucia igual. Entendí que ella nunca estuvo sucia, era yo el que necesitaba limpiarme. Mis ojos se humedecieron, creo que con el agua bendita que acababa de usar Dios para limpiar mi corazón. Caminé apresurado al encuentro de ella, quien me mira sorprendida y me pregunta qué me pasa. Nada podía responder, no sabía cómo verbalizar la experiencia y los sentimientos que acababan de invadirme.

Tomé su pequeña mano y recordé, volví a experimentar, todas las caricias olvidadas con las que me había hecho sentir amado. Puse en su dedo la sortija que volvía a ser en ese momento el aro de nuestro matrimonio. Mis ojos volvieron a humedecerse, esta vez acompañados de los de ella, en una lluvia de emociones que ahora compartíamos. Pero no estábamos solos, sentí sobre nosotros la mirada de Dios, alegre y con una sonrisa en su rostro como quien sabía culminado un nuevo milagro de amor. El cielo se abría y dejaba caer sobre nosotros una nueva bendición. En ese momento sentí que Dios volvía a estar con nosotros. Más luego entendí que nunca dejó de estarlo. Solo que ahora yo lo veía.

Con esta imagen comparto mi última reflexión. Pensé, una trilogía está chévere, me siento como George Lucas (si ya sé, salvando la distancia…). En serio, pienso que de alguna manera esta reflexión completa una idea que comencé a compartir sin planificarlo cuando ella salió de viaje a Florida hace varias semanas. Reflexión que siempre ha tenido de fondo la presencia de Dios y ahora les habla de su transformación de una experiencia de sufrimiento a una de amor. Además, quiero a través de ella completar una forma de agradecimiento por lo mucho que hemos recibido nosotros al completar una trayectoria de 20 años en Renovación Conyugal. Trayectoria que nos ha llevado a reconocer con mayor frecuencia y facilidad la presencia de Dios en nuestras vidas. Espero que esta, junto a las otras dos, sirvan de alguna manera a otras parejas.

Nosotros repetimos nuestra enseñanza: el matrimonio es misión y consagración divina para vivir el amor creando hogar. Es una experiencia humana donde se comprometen tres a completar esa misión difícil: él, ella y Jesús. Porque  también Jesús Salvador firma su compromiso con ellos cuando ante el sacerdote lo firman.

 

P. Jorge Ambert, SJ

Para El Visitante

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